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La batalla de la opinión

Se suceden en todo el mundo manifestaciones en contra de Israel y en favor de Palestina y los palestinos; la mayoría de ellas con un punto de agresividad y sin condenar al mismo tiempo el terrorismo de Hamás o reclamar la liberación de los rehenes, cuyo número no deja de aumentar cada día. También desconocen los manifestantes que no existe una sociedad civil palestina al margen de Hamás. Por convencimiento, por miedo o por necesidad, lo cierto es que Hamás está infiltrada y presente en toda Gaza, que fue votada por los habitantes de la Franja en contra de Al Fatah, que gobierna Cisjordania, y que hasta ahora ha ejercido sin oposición una cruel dictadura. Utiliza los hospitales, las escuelas y las mezquitas como centros militares, obligando a Israel a atacarlos, y miente sistemáticamente en todas sus informaciones.

En la manifestación de Madrid participaron todos los ministros de Sumar y, según la Delegación de Gobierno, asistieron unas treinta mil personas. El problema es que se gritaron consignas antisemitas y se esgrimió alguna esvástica nazi, aunque, afortunadamente, solo dos o tres y perdidas entre la multitud. La izquierda española debe tener mucho cuidado con estos compañeros de viaje, por minoritarios que sean. Es muy probable que ninguno de los manifestantes supiera que estaba coincidiendo con Franco y el régimen franquista, que, en nombre de lo que llamaban la tradicional amistad con los pueblos árabes, nunca reconocieron al Estado de Israel, que solo fue reconocido por la democracia en la Transición.

De hecho, Franco tenía como escolta personal a la denominada Guardia Mora, recuerdo de su pertenencia al sector africanista del Ejército, que fue sustituida cuando los marroquíes, en correspondencia con esa supuesta amistad, atacaron Ifni y forzaron su entrega a Marruecos; una entrega que el régimen disfrazó denominándolo “retrocesión”. Y todavía quedaban los vergonzosos sucesos de la Marcha Verde y la entrega del Sáhara. Israel está perdiendo la batalla de la opinión pública porque ha sido arrastrado a un escenario perverso que, además, no tiene precedente en su historia como país independiente, y que no tenía previsto en sus protocolos de gestión de crisis.

Hasta ahora, los israelíes han resuelto sus enfrentamientos bélicos en muy pocos días, desde una superioridad aplastante y con un enemigo en retirada, sin dar tiempo a que se articulara ninguna crítica. Y lo ha hecho desde una situación interna de unidad y sin rehenes que liberar. Ahora se ha visto arrastrado a una guerra convencional y presumiblemente larga, en la que los daños colaterales sobre la población son inevitables, y en la que el enemigo es un ejército terrorista que utiliza y sacrifica a su propia población. Y encima con un dirigente cuestionado dentro y fuera del país, enfrentado a sus servicios de inteligencia y que no puede liberar a seis mil palestinos a cambio de los rehenes, como le exigen los terroristas, porque sería suicida.

En contra de sus afirmaciones, el único futuro posible de esta guerra es la ocupación militar israelí de Gaza, porque su retirada sería ocupada inmediatamente por Hamás, y vuelta a empezar. El problema es hacer compatible la victoria en la guerra con la derrota en la batalla de la opinión.

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