tribuna

Bienvenido, Mr. Halley

Toda una generación de tinerfeños tiene recuerdos inolvidables de la visita del cometa Halley, hace casi cuarenta años, en la playa de las Teresitas. Fue uno de los grandes atascos de tráfico que precedieron a las colas multitudinarias en las autopistas de este siglo, y aquella no iba a ser una experiencia cualquiera, sino el aquelarre de más de 40.000 personas provistas de prismáticos, gafas protectoras un tanto rudimentarias y una novelería más propia del avistamiento de un ovni.

Cuando vino Stephen Hawking, treinta años después, fue como si otro cometa llegara a la isla, de nuevo se desató un gran revuelo, y el protagonista era un profeta del espacio que se preguntaba en la Tierra con cierta incertidumbre sobre aspectos insondables de la posteridad.

En verano levantamos la cabeza hacia el cielo, buscamos las perseidas, corrigiendo un efecto cervical causado por el móvil y los problemas que aquí abajo nos sustraen la mirada. El cielo está despejado y tenemos tiempo libre para recuperar una costumbre milenaria, desde Thales de Mileto, aquel que era capaz de predecir un eclipse solar hace 2.500 años. Ahora acabamos de cruzar la verja y esto ya es verano (que, cual Rusia, va invadiendo las demás estaciones), como prueba el solsticio del día más largo del año.

Así que vuelve la ceremonia de asomarnos al balcón con los gemelos y el catalejo de la infancia, cuando mirar al cielo nocturno era un hábito de atónitos. Ahora también al revés los astronautas de la Estación Espacial Internacional inmortalizan imágenes del Archipiélago al modo de un álbum de fotos de Dios.

Cuando era príncipe Felipe VI, que cumple diez años de reinado, tenía de juguete preferido un telescopio en las terrazas del palacio de la Zarzuela, como contó en sus memorias José Antonio Alcina, su preceptor. Por encargo del rey Juan Carlos, recorrió las tiendas especializadas hasta conseguir uno apropiado a su edad y estatura y fue el regalo familiar por el 11 cumpleaños, un telescopio naranja con el que una noche vio los anillos de Saturno. El IAC que dirigía Francisco Sánchez lo nombró Astrofísico de honor y presidió la primera luz del Grantecan, el mayor telescopio óptico del mundo.

Parece que la Tierra se queja de cómo la tratamos, hasta lo más profundo del alma, según publica Nature: el núcleo interno del planeta, una esfera de hierro casi puro, ha empezado a girar más despacio que el manto, la corteza terrestre. La consecuencia, de momento, será un inminente desajuste horario.

Es un tema que supera nuestras entendederas; otro tanto sucede con el lado oscuro del universo, del que, socráticamente, solo sabemos que no sabemos nada: la mayor parte del espacio es materia y energía oscuras en un cosmos que se expande y acelera, y el Santo Grial de ese enigma tratarán de encontrarlo astrónomos locales e internacionales por primera vez en la historia.

Los canarios tenemos una ventaja sobre los europeos continentales. Cuando la cosa se pone fea en la Tierra (como es el caso), nos basta con mirar al cielo de noche y soltar aquello que Pérez Minik solía decir contemplando el mar socarronamente: “¡Hay que joderse!”.

La aparición del cometa Halley por Tenerife, el 16 de marzo de 1986, duró quince minutos y avivó creencias y supersticiones, como en El otoño del patriarca, de García Márquez. Aquella ronda tenía el eslogan de Bienvenido, Mr. Halley, en la que estuve involucrado, a través de la Caja de Ahorros. Rafael Alberti no quiso perdérsela, para ver el cometa por segunda vez en su vida. Era el año de la adhesión de España (con Canarias, a regañadientes) a la CEE, hoy UE, que está al rojo vivo, como Marte.

En aquella época, el físico palmero Guillermo Rodríguez sostenía la teoría discutible de los ciclos para adivinar las catástrofes. Predecía temblores en el mar y terremotos terrestres en base a unas supuestas nubes de polvo interestelar con el nombre de Kordylewski, procedentes de meteoros y cometas, un descubrimiento nunca demostrado de un astrónomo polaco que Rodríguez defendía a capa y espada. Decía que era la causa de la locura colectiva que desencadenaba las guerras, hasta que, hace pocos años, me acordé de Guillermo cuando unos astrofísicos húngaros confirmaron, por fin, esas intrigantes partículas lunares que llueven sobre el planeta, pero tras la muerte del palmero y del propio Kordylewski.

Antonio José Alex nos pidió una entrevista en los estudios de Radio Club con el físico heterodoxo para su Alerta ovni de la SER en aquellos años esotéricos, que parecen volver con fuerza. Las hogueras de San Juan y la luna de miel que se podrá ver hasta hoy le son propicias. Preferimos los cohetes de Space X para las misiones espaciales, antes que los de Putin o Kim Jong-un. La mística cósmica es febril, pero inocua en términos bélicos, salvo una amenaza alienígena.

En junio de 2016, cuando pasó por aquí, decíamos que con la expectación de un cometa, el físico teórico Stephen Hawking, cazaagujeros negros, habló de Dios y los extraterrestres, de los que no se fiaba un pelo. Soñaba con hacer un vuelo espacial, que le prohibían los médicos por su ELA, y lo consiguió dos años más tarde cuando la muerte le sobrevino de madrugada en su casa de Cambridge. En La Palma, el festival que lo trajo entonces, Starmus, vuelve en su honor en 2025, como si diéramos la bienvenida, diez años después, a Hawking, el otro cometa Halley que, ahora sí, ya tiene todas las respuestas a las preguntas que se le resistían tanto: las del más allá.

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