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Josep Maria Pou: “El miedo de mi personaje a perder su identidad lo construyo desde el que yo mismo siento hacia el alzhéimer”

El actor y director de teatro se sube la próxima semana, el viernes y el sábado, a las tablas del Guimerá para protagonizar 'El padre', la obra de Florian Zeller que también es película
Josep Maria Pou actúa la próxima semana en Tenerife. / Juan Barbosa (Europa Press)

En poco más de un mes, el Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife habrá puesto en escena dos obras de Florian Zeller, el dramaturgo y cineasta francés, un autor de referencia en la escena contemporánea. Si los pasados 17 y 18 de mayo fue Aitana Sánchez-Gijón quien encabezó el elenco de La madre, la próxima semana, los días 21 y 22 (20.00 horas) será Josep Maria Pou, el actor y director de teatro barcelonés, quien encarne el papel principal de El padre, una suerte de segunda entrega de la exploración de Zeller en torno a la familia, que se estrenó como obra de teatro en 2012 y se convirtió en película en 2020. La disolución de la propia identidad por el alzhéimer, el extrañamiento hacia el mundo que se contempla y -también y sobre todo- hacia el devastador proceso de disolución del yo conforman buena parte del argumento de esta pieza, que ahora ha dado la oportunidad de conversar con Josep Maria Pou.

-’El padre’ es un relato sobre la pérdida de la identidad. Pero ¿cómo lo definiría usted?
“Efectivamente, el tema central es la pérdida de la identidad como resultado de una enfermedad degenerativa, el alzhéimer. Aunque, por encima de todo eso, El padre es una grandísima función de teatro. Una espléndida obra de uno de los más grandes autores del teatro europeo de este momento. Quiero destacar eso: es un texto que ha sido construido de manera magistral. Ha dejado al público boquiabierto desde hace ya más de 12 años, cuando se estrenó en París, y continúa haciéndolo por todo el mundo”.

“Trabajar en ‘Cerrar los ojos’ con Víctor Erice, uno de los genios del cine, fue como si me tocase la lotería; el rodaje tuvo mucho de experiencia mística”

-¿Dónde radica el interés de los textos de Florian Zeller?
“Más allá de la temática, de la historia que cuenta, la construcción dramática, el método que emplea Florian Zeller para exponer sus relatos, es muy personal. Nadie más escribe con esta técnica ni utiliza los elementos más o menos novedosos que emplea él. Se trata de contemplar un texto teatral moderno elaborado de una forma muy diferente al 99% de las obras contemporáneas que tenemos ocasión de ver. Zeller es absolutamente original, distinto, como lo fueron en su momento Arthur Miller y Edward Albee, en Estados Unidos, o J. B. Priestley, en el teatro británico. Todos ellos son autores que inventan una nueva manera de contar las historias encima de un escenario, mezclando espacio y tiempo, rompiendo todas las leyes de lo que es la narración, la manera lógica de contar una historia. Eso, puesto en manos de un director y de unos intérpretes que lo levanten del texto y lo lleven a las tres dimensiones, a personajes que se mueven en medio del espacio, de la luz, de la música, conduce a que obras como las de Florian Zeller todo el mundo las quiera hacer. Por lo que tienen de sorprendentes y, sobre todo, por lo que ayudan a entender las cuestiones que abordan. Ese estilo personal de Zeller no es gratuito, sino que está al servicio de la historia en cuestión y contribuye a que el espectador la viva, convirtiéndose casi en protagonista. Y esto es justo lo que está pasando con El padre, donde al público no le queda más remedio, no puede escapar, que situarse exactamente en la posición en la que se halla el personaje que protagoniza la obra y vivirla junto a él. Es una experiencia teatral muy excitante para el espectador”.

-¿Cuál ha sido y es el reto de encarnar a alguien que cuestiona la realidad y también se cuestiona a sí mismo?
“Es uno de esos personajes maravillosos que caen en tus manos de vez en cuando. Mi gran ventaja es que el autor ha escrito sobre un hombre de unos setenta y pico años, es decir, en su edad madura, lo cual resulta fantástico cuando tú llevas mucho tiempo en la profesión y has pasado por muchos personajes. Lo he asumido con todo el respeto hacia los otros actores que ya lo han interpretado antes, como Héctor Alterio en España, poco después de estrenarse en París y cuando aún no se había producido el boom por todo el mundo de esta función. Luego llegó la versión cinematográfica (2020), que supuso el Óscar al mejor actor para Anthony Hopkins. Con esos referentes, lógicamente, uno debe acercarse al personaje con muchísimo respeto y con mucho miedo a esa cosa de las comparaciones. Sin embargo, he procurado olvidarme un poco de las referencias y tratar de entender el papel y hacerlo más mío que nunca. Es un personaje que asusta mucho, porque es un hombre con alzhéimer. Un hombre que se está dando cuenta, porque es muy inteligente, de que está perdiendo algo de su identidad, se le están borrando no solamente los recuerdos y las caras de las personas que conoce, sino que incluso se le borran sus propios pensamientos. Es incapaz de hilvanar y de construir parlamentos lógicos, de comunicarse con los demás. Esto requiere una interpretación hipersensible. Es de las pocas veces en las que yo no me he apropiado del personaje, sino que tengo la sensación de que es el personaje el que se ha apropiado de mí. Lo he construido intentando entender sus miedos y haciéndolos míos. Estoy en una edad en la que, aunque por suerte, y toco madera, no tengo síntomas de esta enfermedad, podría tenerlos. Entonces, desde mi propio miedo he intentado entender el del personaje. Así lo hago cada noche, cuando debo crearlo partiendo de cero. No sirve de nada que lo haya hecho el día anterior: el personaje renace cada noche”.

“No busco mi lucimiento en cada proyecto que me llega, sino que sea capaz de conmover y transformar a quien lo contempla”

-¿De qué manera es el encuentro sobre el escenario con sus compañeros de reparto?
“Es fantástico. Además, he tenido el privilegio de contar con dos compañías para escenificar El padre. Esta obra la estrené hace un año y medio en Cataluña, en el Teatro Romea de Barcelona, en una versión en catalán, y ahora se ha hecho esta en castellano. Eso me ha obligado a reconstruir el personaje, a recrear las relaciones con otro tipo de personas, con otros intérpretes. Los actores y actrices que van a actuar en Tenerife son estupendos. Estoy muy feliz con todos ellos. Con Cecilia Solaguren, que interpreta a mi hija, que es protagonista del espectáculo, y con los demás, que también lo son en momentos determinados. Son piezas fundamentales en un engranaje que tiene que funcionar a la perfección. Pero más allá de mi relación con los otros actores, lo importante en El padre es ver cómo el enfermo, el protagonista, se relaciona con quienes representan a los que viven alrededor de estos enfermos, que, por desgracia, son muchas personas. Deben lidiar con esa forma tan especial que quienes padecen la enfermedad tienen de tratar a los más cercanos. La función se dirige de una manera muy directa hacia los que cuidan de los enfermos. Trata, por supuesto, del grave problema del hombre que padece la enfermedad, pero aborda también el enorme problema de los que lo cuidan. La función es en sí un homenaje a todas esas cuidadoras, a esos cuidadores, que hacen lo imposible para tratar de entender a los enfermos y hacerles la vida más fácil. Todo esto queda muy patente en la representación”.

-Usted es actor y director teatral. Además, ha hecho cine y televisión. ¿Qué ha de tener un proyecto que llegue a sus manos para que decida implicarse?
“Lo mismo que los proyectos que me llegaban hace 30 o 40 años, o cuando empezaba, hace ya 60: que sea una historia interesante. Cuando recibo una oferta, no pienso en absoluto que tenga que ser una pieza para mi lucimiento. Lo que me atrae es lo que se cuenta y que ese relato interese al público. No he hecho ni una sola función, ni un solo papel, donde no esté convencido de que aquello que se relata desde el escenario es interesante. Que no solo es algo para pasar el tiempo, que me parece lícito, pero no es el tipo de teatro que me gusta hacer. Quiero pensar que participo en proyectos en los que las personas pueden salir del teatro mínimamente transformadas, distintas de cómo eran cuando entraron. Que esas dos horas de función les ayude a entenderse más a sí mismas. A mis 80 años, solo pido que cada proyecto sea útil para el público y que le conmueva. Para esto tengo una prueba infalible: si cuando leo el texto por primera vez me pone la piel de gallina, me remueve, sé positivamente que eso le va a ocurrir también al público. Es cierto que cuando uno tiene una edad, por mucho que esté en perfectas condiciones, cada vez hay menos personajes adecuados. En los últimos años he tenido la fortuna de hacer el rey Lear de Shakespeare, el capitán Ahab de Moby Dick, a Sócrates…, pero cada vez cuesta más hallar grandes personajes. Así que estoy a la expectativa para cuando acabe la aventura de El padre, a la que aún le quedan bastantes meses. No tengo nada en proyecto, quiero dejarme sorprender. Asimismo, hay que ser realistas. Días atrás estuve en Londres, viendo propuestas teatrales que me interesaban. Curiosamente, el primer día de mi llegada cogí un periódico al azar y me encontré en la portada una foto enorme de uno de los actores que más admiro: Ian McKellen. Está representando con enorme éxito a Falstaff [Player Kings: Shakespeare’s Henry IV Parts 1 & 2]. El titular de la entrevista me tocó el corazón y me hizo pensar: ‘¡Coño!, estamos en la misma situación’, salvando las distancias, claro. McKellen, que tiene 85 años, dijo: ‘Cada vez que me llega un papel, pienso que es el último’. Eso es lo que uno tiene que asumir cuando alcanza una edad determinada”.

“Zeller es de esos autores, como Miller, Albee y Priestley, que inventan una nueva forma de contar las historias”

-El año pasado se estrenó ‘Cerrar los ojos’, de Víctor Erice. ¿Cómo fue la experiencia de trabajar junto a uno de los cineastas más singulares dentro y fuera de España?
“Ese papel lo recibí como un premio. Víctor Erice es uno de los genios del cine. Hace muchos años, viví aquel éxito de El espíritu de la colmena (1973) y me quedé boquiabierto. He disfrutado mucho con su cine, con el poco cine que ha hecho, y de repente me tocó la lotería. Un día suena el teléfono y me dicen: ‘El señor Víctor Erice tiene interés en hablar con usted’. Luego él me comenta que va a hacer una nueva película y hay un personaje para el que desde un principio pensó en mí. Fue como si ganase el Gordo de Navidad, y más aún tras leer el guion. Estaba deseando rodar esas dos secuencias de mi personaje, que abren y cierran la película. Recuerdo el rodaje como una experiencia casi mística. Normalmente, los rodajes son un caos de gente que va y viene de un lado para otro hasta que llega el momento de cámara y acción. Con Cerrar los ojos, ya desde las seis de la mañana, cuando llegamos al lugar de la filmación, había un silencio enorme, con el convencimiento de todos de que estábamos haciendo algo casi religioso”.

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