Una señora que paseaba su perro por una calle estrecha de Barcelona, cercana al Arco del Triunfo, se encontró de frente a Puigdemont, con su abogado, Boye, con Turull y con otros dos tipos con pinta de facinerosos que llevaban gorra. Se paró y los saludó, al pasar. Pero no había nadie detrás, ni de la Policía Nacional, ni de la Guardia Civil, ni de los Mossos, ni del CNI, según la señora. Así que nadie quería detener a Puchi, sino que lo dejaron llegar al escenario carnavalero montado al efecto y pronunciar un discurso de cuatro minutos condenando a sus enemigos, que son toda la Humanidad menos diez o doce. Si se desplegaron drones para detener al Yoyas, lo cual me parece bien, ¿por qué fue tan laxa la vigilancia a Puchi? A mí esto me tiene muy mosca y me da que alguien dio la orden de que lo dejaran quieto. Luego, Puchi se asustó y volvió a salir por patas y puede que ya esté en Bélgica, en Francia o en algún lugar seguro. ¿Pero por qué corre, si en última instancia tiene al Tribunal Constitucional que en unos días resolverá el asunto a su favor? Bueno, no es que a mí me importe el asunto catalán –con su pan tumaca se lo coman-, pero me da pena la imagen de España fuera. ¿O es que a ustedes no? No sólo no ganamos medallas, sino que, con tanta Policía Nacional, tanta Guardia Civil, tantos Mossos de Escuadra y tanto CNI, dejan escapar al prófugo más prófugo de todos los prófugos. Cuatro minutos duró el discurso en la calle de este genio del escapismo, que llevaba ya varios días en España, no es que haya entrado ayer. Me dicen que Puchi, durante su exilio en Bélgica, ha amasado una fortuna. Coño, que me diga cómo, que no tengo un puto duro.