Relativismo y tolerancia no siempre van de la mano. Así lo demostró nada menos que Norberto Bobbio en El tiempo de los derechos, donde señala que el relativismo no constituye, en contra de lo que pudiera parecer, la base más sólida para la tolerancia. En efecto, Bobbio distingue entre la tolerancia en sentido positivo y negativo. En sentido positivo, es firmeza de principios y se opone a la indebida exclusión de lo diferente. En sentido negativo, es indulgencia culpable, condescendencia con el error. Para Bobbio, nuestras sociedades democráticas y permisivas sufren de exceso de tolerancia en sentido negativo, de tolerancia en el sentido de dejar correr, de no escandalizarse ni indignarse nunca por nada. Como si no hubiera límites y como si lo arbitrario, incluso lo que podríamos denominar inhumano, se debiera permitir. Por ejemplo, los malos tratos a las personas o, cada vez más cerca, el sexo con los menores de edad. En fin, la tolerancia, en sentido positivo, es más firme cuando se apoya en convicciones sólidas. Y, desde luego, más volátil y manejable cuando en su nombre vale todo, absolutamente todo, sin que se pueda llamar a las cosas por su nombre. Entonces, emerge esa dictaudura de lo políticamente correcto o conveniente que con tanto éxito determinadas terminales nos presentan precisamente bajo la apariencia de la tolerancia. Claro, de tolerancia negativa.
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