Faltan siete días para saber quién sustituirá a Joe Biden en la Casa Blanca el próximo mes de enero y los sondeos de opinión no permiten hacer un pronóstico fiable debido a la confusión que vive el país por los sucesos que enturbian la campaña electoral, especialmente la guerra desatada por Israel, los intentos de asesinar al candidato republicano y el odio y la roña ideológica que éste ha esparcido a manos llenas con la ayuda de su amigo Elon Musk, que ha reducido la antigua red Twitter a una fábrica de mentiras. EE.UU. no es el país que “pinta” Trump ni necesita ser grande otra vez porque no ha dejado de serlo, a pesar del desquiciamiento general que producen las barbaridades del magnate y sus fanáticos seguidores.
En vez de analizar los problemas y proponer soluciones para competir en el mercado internacional, generar dinámicas de colaboración con las economías de las potencias emergentes, dotar al país de un sistema de protección de la salud y asistencia social… En lugar de afrontar los problemas de la gente, Trump engatusa a los suyos con paranoias conspirativas, sataniza a un supuesto enemigo interior y a los migrantes porque, dice, quitan el trabajo a los estadounidenses y ofrece soluciones asombrosamente simplistas para todo. Su vuelta al poder acentuaría la polarización política, el racismo y el odio en sectores de población fácilmente manipulables.
A contracorriente del saber científico sobre la necesidad de tomar medidas para evitar o reducir la emisión de gases que producen el efecto invernadero, Trump ha adelantado que, si es elegido presidente, el primer día de su mandato, además de expulsar a los migrantes, autorizará todas las prospecciones de gas y de petróleo que le presenten. Solo le falta declarar que la tierra es plana. ¿Qué esperar de su “solución mágica” para acabar con las guerras de Ucrania y de Oriente Medio, de su posición ante la desestabilización de África, de los problemas del Indico-Pacifico, de la relación con China, país tenedor del 10% de la deuda estadounidense, y con Kim Jong-Un? Resulta difícil ser optimistas.
En el actual desorden global, el mundo necesita que EEUU, con sus defectos y contradicciones, continúe con el papel que desempeña desde la II GM como líder de las naciones con democracia liberal, referencia obligada en casi todo, como lo acredita que sea el país con más premios Nobel, el triple que el Reino Unido, que es el segundo. Es la nación más poderosa del mundo, pero víctima de un relato falso que deforma la realidad con mentiras del tamaño de la Torre Trump, como que otros países se aprovechan y viven a costa de los EEUU, que los políticos de Washington se han conjurado para destruir el país y otras majaderías semejantes.
Si el próximo martes gana Donald Trump, en enero recibirá sin ningún problema el testigo de la Administración saliente y, por el contrario, dada su acreditada mala conducta anterior, nadie sabe qué puede hacer el republicano si gana Kamala Harris. Si lo consigue le espera un trabajo titánico y urgente, desmontar las patrañas de Trump, airear y recomponer el partido demócrata y reconstruir la concordia civil en el país, atropellada por un populista insolidario que ha dado alas a la peor versión de sus paisanos, el individualismo y la ley de la selva.
Desde este lado del Atlántico, sabemos que la vuelta de Trump sería suma y sigue del desencuentro de su anterior mandato, guerra comercial e imposición de aranceles a los productos europeos, encizañar a los países de la UE y desentenderse de los compromisos de seguridad y cooperación. Y, por ello, salvo algunos populistas, que también los hay por estos pagos, Europa espera y desea que la candidata demócrata se alce con la victoria. Para EEUU y para el conjunto mundo libre, es muy importante que gane Kamala Harris porque está en juego la continuidad del sistema político de la mayor democracia del mundo. Un eventual retroceso en aquel país produciría una fuerte sacudida global.
El mundo puede soportar otro mandato de Trump, no tendría más remedio. Es un incordio, pero no tan importante como para impedir que se pueda seguir si él se cruza en el camino. No es lo mejor que nos puede pasar en un tiempo tan convulso como el que vivimos, pero es lo que hay. Solo nos queda cruzar los dedos y esperar que todo esto no sea más que una pesadilla.