El sinvergüenza Bruno Trujillo Mayo se compara con Apolo, el dios de la belleza, la perfección, la armonía, el equilibrio y el conocimiento… Caradura. Este elemento de baja estofa es bribón, desvergonzado, hedonista y pornográfico. Es un listo primate hedonista pegado a un pene emperador, a un miembro viril machirulo encantado de sus andanzas. Probablemente, en esto se parezca al divino apolíneo, padre en veinte ocasiones. Pero tampoco. Bruno Mayo es egoísta y comodón, atributos incompatibles con la paternidad responsable. Además, Apolo, contó alguien, una vez, en la basura de Sálvame, tuvo amantes masculinos. Entre ellos, Cipariso y Jacinto. Y no. Bruno es yunque y putañero, como Koldo García, chófer y asistente personal del político socialista José Luis Ábalos, ministro de Fomento en el primer gobierno de Pedro Sánchez. Todo queda en familia. Se trata, en resumen, de tener habilidades de toda índole y moral ligera. Aquí solo dimite Lobato.
El jefe de la banda, Shapur, pone las cartas sobre la mesa: “Lo que vas a hacer no es legal y no quiero mojigatos reproches. Te pagaré lo suficientemente bien para que asumas las consecuencias de tus actos indignos con entereza. El dinero siempre la proporciona”.
¡Endiablado dinero! El padre de Bruno, que era calasancio, lo tenía claro. Incluso para quienes izan banderas libertarias desde la hoz y el martillo: “Busca un dirigente comunista que no esté forrado. Te resultará imposible. Todos lo están… Expolian lo ajeno. Eso es lo que son en nombre del catecismo de la izquierda”. ¡Ay! Galapagar.
La nueva novela de Manuel Vilches, El aparcero del Infierno. El primer robo, nos sumerge a un mundo de pasiones que perturba: sabemos que la realidad siempre supera a la ficción. Incluso la que protagoniza el hediondo Bruno Trujillo. No escarmentamos. “Si la Policía hubiera puesto rastreadores en los maletines”, escribe Vilches, “nos habríamos quedado sin políticos en la Isla”. Se refiere a Tenerife. Y por extensión a la frentista España y a tantas alcantarillas. Pero nadie se salva. ¡Quien esté sin pecado!
Las intrigas del bribón también topan con las debilidades de los soldados de Cristo con sotana y con las de la fauna que labora en los medios de comunicación. Normal. Vivimos tiempos en donde un humorista televisivo con bombo da lecciones de ética. Bocachancla. Desde que los periódicos se componían a mano ya se pactaban entrevistas exclusivas. Y la televisión pública a sueldo le ríe las gracias. Mientras, la primera agencia de noticias en español, EFE, hace el ridículo al estrellar un helicóptero contra la Torre de Cristal de Madrid y matar al escritor Fernando Aramburu. El esperpento que describe Vilches retrata el creciente descrédito de mi querida profesión periodística: las peores manos para el peor momento.
Así es. Y triste canción la del wokismo. La madre del infame describe la sociedad de boquilla de 2024 (y siguientes) poblada por seres franquistas, masones, rojos, arcángeles, gais… “La gente, mi hijo. Tú sabes que en este país no se respeta a la gente ni a sus opiniones”.
Bruno, el amante de los excesos, no tiene medida y vosotrea. Habla como un godo. ¿Por qué? No lo sé. Nació y pace en Tenerife, tierra del dialecto canario, de la maresía, del folelé, del lebrillo… y de la anárquica autoconstrucción deshonesta con el entorno (lo dice el tolete que es aparcero en el Infierno). Será que la globalidad del sur de la Isla, donde transcurre la despreciable acción, fagocita hasta al Padre Teide. Mi patria ya no es un almendro.
El primer robo del antihéroe Bruno Trujillo Mayo (recuerda al mantecoso Ignatius J. Reilly) encumbra al Ángel Caído y pone un descarado punto y seguido a cinco libros más. Solo el prolífico Manuel Vilches, empresario de las letras, cantante, compositor musical, poeta y posadero de otras habilidades terapéuticas, podía acercarnos al olimpo de nuestra fragilidad.