Ahora parece que también la Inteligencia Artificial puede ser de izquierdas o de derechas. Chat GPT es más de la fachosfera y Geminis, de Google, pertenece a la familia progre. Y yo que creía que la artificialidad iba a estar por encima de estas cosas. Pues va a ser que no. El mundo es capaz de transmitirle su estupidez a las máquinas, y la lucha ideológica, sin la que parece que no podemos vivir, se traslada a los avances de la ciencia y de las tecnologías.
Entonces va a ser cierto que estas cuestiones no muestran su unanimidad ni siquiera en los aspectos más abstractos del pensamiento. La mente humana contamina a la razón partiéndola por la mitad. Esto no sería negativo si no se tradujera en una división maniquea entre buenos y malos. Siempre recurro a los libros para justificar las cosas que observo en la realidad. Me fío de los escritores porque ellos se esfuerzan en retratar fielmente lo que me rodea. Podrían intentar reflejar una situación ideal, pero su compromiso con el realismo les obliga a narrar sobre las cosas que están frente a nosotros. Algunos recurren a narraciones fantásticas para describirnos el ámbito en que vivimos y la relación que tiene con él nuestra condición racional. Por ejemplo, leyendo El Dr. Jekill y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, contemplo el alma doble que se transmuta de la bondad a la maldad con una facilidad extraordinaria. También Ítalo Calvino, en su Vizconde demediado, nos presenta a un ser partido en dos, en el que la parte perversa de su alma se ha quedado alojada en la mitad que se salvó de la mutilación provocada por un cañonazo, pero que luego puede ser ocupada por la buena gracias al amor de una pastora.
En fin, en estas páginas se ilustra esa composición doble como algo inevitable. Frente a estas dualidades fatales hay quien advierte sobre el peligro de las sociedades uniformadas, aquellas cuyo desiderátum es el pensamiento único, como ocurre en el 1984, de George Orwell. Hay un libro, escrito en los años treinta del pasado siglo, donde su autor, Haldane, sueña con un mundo global provocado por los descubrimientos científicos de los principios del siglo XX, que se le viene al suelo después de la gran guerra. Su título es Dédalo, o la ciencia del futuro, y reproduce el desengaño al comprobar que los hombres no lleguen a pensar todos iguales porque la ciencia, considerada como un valor sacrosanto, por encima de todo lo demás, lo llegue a imponer así. Ese libro fue replicado por otro de Bertrand Russell, con referencia a Ícaro, que nos devolvía a la cruda realidad. Todas las esperanzas se deshicieron cuando a los pocos años nos metimos en otra guerra, peor que la anterior, y los escarmientos de la primera no sirvieron para nada. Las ideologías volvieron a dividir a los hombres y una de sus mitades volvió a pretender imponerse a la otra. Estas polarizaciones se repiten en la historia de manera alternante y la verdad se aposenta tanto en un lado como en el contrario. Ahora estamos pasando por una de esas etapas y, lógicamente, también debe afectar a nuestras herramientas artificiales.
Fabricaremos máquinas de izquierdas y de derechas, como en la Guerra de las Galaxias, y habrá robots progresistas y conservadores para destruirse mutuamente, como si fueran drones mientras la bondad se disfraza de millones de bombillas led encendidas por un alcalde populista. Menos mal que, por encima de la ciencia y la tecnología, quedan los restos de una inteligencia natural que nos hace ver cuál es la moral que debemos aplicar a los comportamientos ordenados. Gracias a ella, que proviene de la gran fuerza de la naturaleza, seguiremos adelante. Todo lo demás, con ciencia o sin ella, con IA o sin ella, será lo de siempre: la manipulación de los más fuertes sobre los más débiles para demostrarles de qué parte está la razón. Jesús dijo que, a la larga, serán los mansos los que poseerán la tierra.