tribuna

Loli Palliser es el título de un libro

El vendaval Loli Palliser carga sobre sus espaldas hitos de género y de servicio público que hacen que sus amigos demócratas vivan con la sensación de tener una deuda contraída con ella por su contribución a la sociedad. Sus éxitos no son de este mundo, quiero decir de esta barbarie en que se ha ido convirtiendo la política.

Quizá porque a Loli se le tiene siempre a mano, esa deuda retrospectiva, ese homenaje pendiente o como se quiera llamar, se va dilatando en el tiempo. Ahora, por suerte, se publica un libro sobre ella (10 paseos con Loli Palliser, en Mercurio Editorial), y su autor, José Antonio Luján, nos redime, en buena medida, del deber incumplido de ser agradecidos con quien dio la talla en el origen de esta democracia vapuleada.

Palliser bailó un tango con Bernardo Bertolucci, el director de El último tango en París, y se disfrazaba con Manrique y Dámaso y cantaban boleros en Carnaval. Tiene anécdotas para dar y tomar. Se le puede describir de mil maneras; es una personalidad poliédrica, indómita y altamente cualificada, que consigue lo que se propone, y en todas sus facetas subyace el alma libre, el verso suelto, ese sello que tanto le designa.

Pepe Dámaso, que la conoce muy bien, la ha preferido pintar, en la portada, de color azul, “azul lapislázuli,/azul ultramar,/azul añil de las sábanas blanqueadas” -le escribe a propósito-, bajo un revoloteo de plumas y alas. Como el pinzón azul, que los unió a los dos en 2002 (era noviembre como ahora) en la multitudinaria manifestación de Vilaflor contra las torretas de alta tensión de Unelco. Era una paradoja con cierto romanticismo, siendo Palliser una mujer de alta tensión, pero entonces estaban en peligro las aves y los pinos por el tendido eléctrico en los parajes protegidos.

El día uno de esta autonomía ella entró por el Parlamento y era la única mujer de 60 diputados. Eso, en 1983, podía ser la cosa más normal del mundo, y nadie se extrañó de su minoría tan minoritaria, sino acaso de la meritoria audacia de ejercer de política y diputada siendo mujer. De esa pasta se era en España y en Canarias, incluidos los demócratas sin fisuras, en los albores del autogobierno de las Islas, hace unos 40 años, con la libertad apenas recién parida y la igualdad en pañales como una conquista nonata.

Así que la insurrecta diputada y consejera de Turismo y Transportes Loli Palliser, tan temida en los despachos de Madrid, luchó desde la nada, empezó por exigir en el Parlamento que presidía Pedro Guerra un baño para mujeres y luego siguió haciendo de las suyas contra viento y marea, en aquel primer Gobierno de la autonomía, que tuvo que inventarlo todo, tras la dictadura, el centralismo y el machismo a espuertas.

Como dice en el libro, con mucha gracia, Pilar del Río, Loli “no sabrá cocinar unas buenas garbanzas ni coser los bajos de una falda, pero el mundo no pierde nada con eso”; es una mujer de destellos aventajados que avanza “sin tener en cuenta la rotación de la Tierra”. Alguien que no conozca a la expolítica y abogada Loli Palliser se preguntará de quién hablan en esos términos. La viuda de José Saramago la pone por las nubes con conocimiento de causa.

Jerónimo Saavedra, que había designado consejera a su exalumna, sabía a lo que se exponía: “Con Loli no hay quien pueda”, advirtió. Los ministros de Felipe González que le llevaron la contraria dieron la razón al primer presidente de esta autonomía. Le negaron a Loli en Madrid hacer un aeropuerto en La Gomera, la única isla incomunicada, y lo hizo. Al propio Saramago lo había conocido en Lanzarote en medio de una controversia, y la amistad duró 17 años, hasta la muerte del Nobel. El periodista Juan Carlos Mateu cuenta en el libro que el autor de Ensayo sobre la ceguera, al enterarse de que la tenía de contertulia en Radio Club, le dijo, bajándose las gafas: “Tiene mucho mérito moderar a Loli”.

La admiración hacia la niña de los ojos de Saavedra siempre nos remite a quienes abarloaban su trayectoria: amén del presidente y el Nobel, sus dos amigos inseparables, César Manrique y Pepe Dámaso. El libro aparece y se presenta (este jueves, a las 7 de la tarde, en el Parlamento de Canarias, en Santa Cruz de Tenerife), envuelto en días de homenajes a su tribu, a Saavedra en la Fundación CajaCanarias y a Pepe Dámaso en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Como si se hubieran puesto de acuerdo.

Manrique la quería fraternalmente y, en la víspera de morir en el accidente de tráfico, dejó escrito en un pósit que pegó en su mesa: “Llamar a Loli y Manolo”. Porque ha habido no cuatro, sino cinco hombres en su vida, desde que Manuel Medina -el eurodiputado que creó escuela- la invitó a cenar en Nueva York y se casaron. Juntos han solventado todas las contiendas de la vida, hasta un tsunami en las Islas Comoras.

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