La noticia es que han publicado un libro sobre Loli Palliser. Conozco a Loli desde que vino a La Laguna a estudiar Derecho. Siempre andaba con una maleta más grande que ella, la que siguió usando cuando fue consejera de Turismo y Transportes con Jerónimo Saavedra. Creo que venía del Aaiún. Loli es un torbellino y se le atropellan las palabras, seguro porque son muchas las que tiene que decir. Me reía mucho con ella, pero sabía que detrás de aquella chica arrolladoramente simpática había una mujer recia, fuerte, práctica y eficaz, que sabía afrontar todos los retos que la vida le pusiera enfrente. No lo pasó bien con Fernando, pero en esto no voy a entrar. También Fernando era muy suyo, pero en la elección siempre estuve a favor de ella. Luego se casó con Manolo Medina, el ejemplo de la moderación y el sosiego, una especie de contrapunto a tanta velocidad. Yo creo que, con el tiempo, ella aprendió a poner su reloj a otro ritmo. Creo recordar que llevaba un peluco de los grandes, tanto como del tamaño de su maleta enorme, llena de documentos y expedientes. Loli empezaba a sacar papeles de manera aparatosa y a colocarlos sobre la mesa invadiendo con pruebas irrefutables sus intervenciones. Empezaba a hablar y era como una ametralladora, pero una de esas ametralladoras portuguesas de la revolución de los claveles, llena de simpatía y dando colorido a su discurso. Yo creo que por eso era amiga de César Manrique y de Pepe Dámaso, porque eran iguales. A César no había quien lo callara y a Pepe tampoco. De todo eso no queda sino Pepe, al que en Las Palmas tienen como un palmito. Pepe es como una señora mayor, pero sin bolso. Ahora lleva el pelo más largo que nunca y un abrigo que le llega a los talones. Es un resistente que ha sabido imponer a su vida unos gestos inolvidables. Habla de Pessoa, pero yo creo que lo que le gustaba del poeta eran sus gafas redondas. Hay gente que elige una imagen y se esconde detrás de ella para construir su vida, y les va muy bien así. A Pepe y a César les gustaba mucho un disfraz. A César más. Cuando estaba haciendo las piscinas del Puerto de la Cruz, nos veíamos todos los sábados para cenar en Alfredo’s, y unas veces íbamos de jeques árabes y otras de gánsteres de Chicago. La cuestión era variar el número, porque, en el fondo, éramos bastante numereros. Loli también era numerera, de aquí esa conexión con la pareja. Ser de Pepe Dámaso y de César en Gran Canaria era como ser de Pérez Minik y Westerdahl en Tenerife, o quizá más de Maud que de Eduardo, ella siempre tan francesa. Estas eran las cosas que le gustaban a Loli y también a Jerónimo, por eso los gobiernos donde estuvieron, él de presidente y ella de consejera, tenían tanto colorido y los consideramos como los mejores. Lo cierto es que no hubo un presidente como él ni ninguna consejera la ha superado a ella. Ha salido un libro que todavía no he leído, pero que reproduce una época que me gusta. Siempre me cayó muy bien Loli, me parecía estupenda, con su maleta de cuero, todo lo contrario que la Penélope de Serrat, sentada en la estación con su bolso color marrón.