después del paréntesis

El ser

Borges se probó, en el conjetural cuento El Sur, que una cosa es sentirse argentino y otra cosa diferente es ser argentino. Y la cuestión está en la contraposición de los términos. El sentirse es lateral, el ser es central. Por el sentirte te dices como tal, por el ser actúas en responsabilidad y compromiso, hasta la muerte, si fuera preciso. Porque a Borges lo bendijo una consigna que señaló para sí hasta el final de sus días: los hombres mueren por lo que aman. En los últimos tiempos, hemos sido aludidos por lo que ocurre en los campos de un deporte que arrastra a múltiples espectadores: el fútbol. Y ahí un chico que sobresale: Vinicius. Y sobresale por ser uno de los mejores futbolistas del mundo. Pero carga esta persona con un problema.

Viene de un país (como otros de América) en el que la inquina de los poderosos (esta vez portugueses) alteró el panorama; los agraciados trajeron hasta sus propiedades a hombres y mujeres de la África profunda para trabajar como esclavos. Y ahí la cumbre de su situación genética. Eso es lo que exhibe, porque los cuerpos no se ocultan. De donde contemplamos: insultos insoportables por el color de la piel. Lo cual en razón no es que sea inadmisible, sino que pone sobre la integridad de los nacidos una actitud que la hace infame, como hace infames a quienes de ese modo proceden. ¿La justicia ha de caer inmisericordemente sobre semejantes adefesios? Sin duda, y con contundencia. ¿Pero en qué lugar de la historia quedan los agredidos por semejante obrar? Aquí la escala del ser. De donde Vinicius y otras personas con distinta piel se precisan forzados a la dispersión para encajar; es decir, o asumir el dicho coste (que es lo lícito) o contradecirse en el precio (como manifestó el cándido Michael Jackson, él blanco y sus hijos blancos también). De lo cual se deduce que es digno lo que mortales como Vinicius deciden: soy negro. Y ello nadie en este globo lo puede deplorar. Lo que nos pone frente a lo que semejantes argucias sentencian. Por la desproporción, tres caminos: o sumarse a las grabes ofensas porque fulanito de tal también lo es y no viene mal aprobarlo, o alegar que no se es racista sin más, lo cual no pone del todo en prueba lo que sucede, o manifestar en verdad lo que en un planeta sospechoso y aberrante ha de ostentarse: soy antirracista.

Eso es lo que ha de asentarse en las conciencias manifiestas, y en todos los lugares y situaciones de la vida. No tanto confirmar que Vinicius y yo compartimos el mismo color, sino constatar el valor ecuánime de la diferencia, que a nadie en este mundo le es dado el derecho de reprimir, sojuzgar o condenar por la disconformidad sexual (homosexuales/heterosexuales), de género (mujeres/hombres) o de color (negros/blancos). Si así procedemos acaso el mundo se salve.

TE PUEDE INTERESAR