tribuna

Y sigue sin saberse leer (y2)

Por Marcial Morera*

En primer lugar, hay muchos jóvenes que no saben leer porque no se les enseña a atribuir adecuadamente a cada letra (en la sílaba que la contiene) la pronunciación que le corresponde, que, al margen de toda pedantería, academicismo o purismo, debe ser la propia de cada lector. Sólo leyendo las letras con la pronunciación propia, podemos hacer nuestra la palabra escrita, porque la pronunciación no es algo superficial o postizo, sino algo fisiológico, constitutivo u orgánico, que determina la identidad del hablante; su carné de identidad, podríamos decir. De la misma manera que sólo podemos escribir de forma convincente la lengua que hablamos, sólo podemos leer de forma convincente con la pronunciación que empezamos a adquirir con la leche que mamamos cuando éramos niños. Hay que reivindicar el derecho a usar la propia voz en la lectura; a leer sin ningún tipo de impostura oral. La falsificación de la voz implica la eliminación no sólo de la personalidad del lector, sino también de su persona. Como decía el viejo rector salmantino, los libros deben hablar como hombres, como el hombre que es cada cual, no los hombres como libros. Hay que decirlo sin rodeos: al contrario de lo que piensan y dicen muchos, la letra no prejuzga una pronunciación determinada, porque la letra, como representante de fonema que es, admite, como es natural, todas las pronunciaciones que ese fonema haya desarrollado a lo largo del tiempo y del espacio y todas aquellas que pueda desarrollar en el porvenir. Y en esto radica precisamente su grandeza. Desde este punto de vista, puede decirse que la letra, como el fonema que encarna, es lo más democrático que existe, porque admite los alófonos de todos, sin excepción alguna. De ahí que sea la escritura el factor que más poderosamente contribuye a la unidad y permanencia de las lenguas naturales. En la escritura, la lengua es unitaria. En la lectura u oralidad, diversa. Y ambas cosas deben reivindicarse en una enseñanza sana del idioma.

En segundo lugar, muchos jóvenes son incapaces de leer bien porque no se les instruye adecuadamente en la lectura de esas letras tan particulares que son los números, que representan, no fonemas, como las letras convencionales, sino palabras; las palabras de semántica más rotunda que existen, porque su significado no admite discusión alguna. Podemos discrepar acerca de la utilidad, belleza, forma, color y hasta tamaño del perinquén, por ejemplo, pero no acerca del número de sus extremidades y de los dedos que tiene en cada una de ellas.

En tercer lugar, no leen bien porque no se les adiestra adecuadamente en la interpretación de las tildes (o faltas de tilde) de las palabras, para cargar el acento en la sílaba que corresponda, y dar independencia así a cada vocablo. El acento de intensidad es lo que nos permite delimitar las palabras y hasta proporcionarles su significado propio. El “publica” de “hacienda publica” y el “pública” de “hacienda pública”, por ejemplo, podrán tener los mismos fonemas, pero no la misma identidad expresiva, porque poseen acentuación distinta. La particular estructura acentual de la palabra resulta especialmente relevante en la lectura de poemas, porque de ella dependa la estructura rítmica del verso.

En cuarto lugar, hay muchos jóvenes que no saben leer porque no se les enseña a asignar adecuadamente a los signos de interrogación, exclamación, etc., la particular curva melódica que les corresponde, que es la que formaliza el tipo de significación óntica o modal de las oraciones del texto. No significa lo mismo la oración “Tiene mucho dinero”, donde el hablante se limita a dar fe de una realidad que conoce, que la oración “¿Tiene mucho dinero?”, que actúa como es una especie de SOS que lanza al interlocutor para resolver un enigma. La enunciación implica un discurso absoluto. La interrogación, relativo o colaborativo. La exclamación, una enunciación enfática. Sólo dando la expresividad que corresponde al texto escrito es posible hacer justicia a su autor y emocionarse con los valores denotativos y connotativos o artísticos que el mismo encierra.

En quinto lugar, no saben o tienen grandes problemas para leer adecuadamente muchos de nuestros jóvenes porque no se les enseña a interpreten la siempre compleja puntuación del texto, que representa las pausas que permiten respirar al hablante (sea lector o no) y determina las relaciones más o menos íntimas que existen entre el significado de sus distintos constituyentes. Las comas, los puntos y coma, los dos puntos, los puntos y seguido, los puntos y aparte, el punto y final y los finales de verso representan pausas o silencios más o menos largos que el lector debe conocer a fondo para hacer justicia al texto escrito, sea en prosa o en verso. Como también debe conocer a fondo los grupos fónicos que contiene, para darle el ritmo, el sentido y hasta el aliento que requiere. Así, una combinación como, por ejemplo, “el silbo es un sonido agudo que produce el aire al pasar con fuerza por un lugar muy estrecho” debe segmentarse de la siguiente manera: “el silbo es un sonido agudo / “que produce el aire al pasar con fuerza / por un lugar muy estrecho”, y no “el silbo es un sonido agudo que produce el aire / al pasar con fuerza / por un lugar muy estrecho” o “el silbo es un sonido agudo / que produce el aire al pasar / con fuerza por un lugar muy estrecho”, por ejemplo.

Pero, si, como decimos, maestros y profesores sabemos perfectamente lo que hay que hacer para enseñar a leer y a escribir adecuadamente a nuestros alumnos, ¿por qué son muchos de ellos incapaces de enhebrar cuatro palabras de forma coherente y leer con cierta fluidez y comprensión los textos impresos, por muy sencillos que estos sean? ¿Porque leen con los ojos, en lugar de hacerlo con la boca? ¿Porque, entretenidos en los jueguecitos que les proporciona ese engañabobos que son las nuevas tecnologías, no dedican a su aprendizaje el tiempo que este requiere? ¿Porque el insidioso mundo virtual del día ha terminado por hacerles creer que los libros son cosas de viejos, que nada tienen que ver con su vida real, como suelen decir algunos de esos indocumentados o plagiarios de libros que llaman hoy influencers? ¿Por falta de formación de aquellos que tienen que enseñarla? ¿Porque en el mundo actual la escritura se reduce a unos texto tan simples o básicos (whatsapps, correos electrónicos…) que el vocabulario, la sintaxis y la ortografía brillan por su ausencia? ¿Por la garrulería pedagógica al uso, que tanto tiempo hace perder a maestros y profesores en pedanterías estériles? ¿Por todo ello a la vez? ¿Chi lo sa?

*Catedrático de Lengua español de la ULL

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