por qué no me callo

De Fran Domínguez y ‘Cachitos’

Bajo el título de Más Cachitos y menos boberías, hace un año, Fran Domínguez, subdirector de este periódico, que dijo adiós pocos días después, se descubría ante el veterano programa especial de Nochevieja de La 2, cuya fórmula de vídeos antiguos del archivo musical de TVE aderezados con rótulos incisivos y referencias a la actualidad impertinente no defraudó tampoco en esta ocasión.


Ha sido el fin de año de la televisión pública, su propuesta herética de Broncano y Lalachus ganó en la medición de audiencias y su Cachitos volvió a ser el territorio libre de los guionistas inteligentes y la escaleta de las canciones eternas exhumadas sin aliños ni pudor, tal cual, dado el verbo bronquista de esta época sin luces, sin fragua ni herreros y mucho menos guerreros auténticos. A esta guerra de mentiras le pegaba un Broncano, que les pagó con su misma moneda y ahora lloran por las esquinas tras ser destronados en el share.


Fran Domínguez, que no solo era un enorme periodista y un hombre culto, estaba aquel último día de 2023 atravesando su particular calvario de salud delante de la caja tonta, y contó en una última columna reveladora en el DIARIO las cosas que se le pasaban por la cabeza. “Ha sido un año de mierda”, confesó nada más arrancar la primera línea. Estaba como un niño esperando el sueño de Morfeo, sin muchas ganas de cachondeo (“porque la fiesta simplemente nos da igual”), y se quedó enganchado a Cachitos como apuesta segura, consciente de que iba a pasar el rato (acaso el mal rato) de la mejor manera posible en una fecha de poses y melindres. Se dio un baño de ingenio y le entraron ganas de contarlo: “Más Cachitos y menos boberías”.


Citó a uno de mis mitos de los 60 con pelo largo, a Valerio Lazarov, el realizador rumano que revolucionó TVE con su “mareante zoom” -decía Fran- tras engatusar a Ceaucescu y aterrizar en España, que era otra dictadura, pero de derechas. Y en compañía de aquella farándula de recuerdos blancoynegros y otros colores, pasó Fran la última noche de findeaño de su vida.
Se quejaba de la falta de cintura de una “panda de ofendiditos”, que pusieron el grito en el cielo porque algunos sarcasmos del guion les habían zaherido. No hace tanto de aquello, pronto hará un año de la marcha de Fran, y se repiten los tics intransigentes. Al dúo Broncano&Lalachus ya le aplican el manual de denuncia que te pego tras ganarle las campanadas al star system, que se había apropiado de las glorias findeaño de Pedroche y Chicote. Por mostrar la vaquilla de el Grand Prix en lugar de Jesús en la estampita del Sagrado Corazón les han caído encima.


Fran ironizaba con las “polémicas artificiales” que suelen apelar a “millones de españoles” afectados por el agravio de turno, y decía, “supongo que los conocerán a todos”.
Ahora, por ejemplo, la ofensa es querer recordar que hace 50 años murió el dictador. Dado que el dato es incuestionable y hace medio siglo se produjo ese hecho histórico (detonante de la llegada de la democracia a España), solo cabe estar de acuerdo con Franco o con la rememoración, pues no cabe correr un tupido velo sobre la efeméride. Si un país democrático es incapaz de mirar a la cara a su propia historia, tiene un problema, no de amnesia, sino de conciencia.


El artículo de despedida de Fran Domínguez contenía muchas sensaciones que no nos abandonan, hasta el renglón final, sobre la falta de ética, más allá de los estreñimientos mentales de la España carpetovetónica. Con Cachitos por bandera, venía a decir que “el año sigue, pero hay cosas horribles que están ocurriendo sin que importe demasiado”. Era un latigazo en toda regla. Nos define tanto.


Le dio tiempo a ser testigo de la espantosa guerra de Israel en Gaza (era un experto en aquella geopolítica que nos cogía lejos) y, al abrigo de Cachitos, no dudó en cerrar con un comentario tan hondo, honrado y lacerante: “Hagamos el amor y no bombardeemos a niños”.
Será en febrero: un año después de llegar al silencio, a Fran Domínguez, compañero y brújula, se le echa de menos. Después de aquella columna se sumaría al adiós de una época que deja paso a la que sigue, siendo conscientes de que partir es hacerlo como los años, uno tras otro.

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