Hoy soñamos entrelazados con el punto más fulgurante del individualismo y del sectarismo: Donald Trump, el presidente del país más importante del planeta. Y la hazaña que este individuo quiere implantar urbi et orbi es la sumisión de los Estados a la canallesca y mentirosa consigna del liberalismo, ese que no se preocupa por asegurar la calidad de la democracia, sino por el tamaño de los bolsillos. La historia se revela. Por quienes ha elegido para formar parte del gobierno y de la administración, por cada uno de los decretos que firma o lo revela el hecho de que, cuando miles de funcionarios se van a quedar sin trabajo, el ingenioso ricachón, con cara de payaso, gorra y su hijo al hombro, se encuentre allí, en el Despacho Oval, en el despacho central. Esta es la imagen de la política ahora. Cercana, dirán los de la derecha; siniestra contestarán los razonables. Detrás de Trump anda lo que ha practicado en su vida y en sus negocios y eleva a la acción política: la fuerza de las grandes multinacionales han de hacer que los Estados no cuenten con iniciativa. Sólo los controles apropiados, los controles que aseguren el fortalecimiento de esas empresas e intercambios monetarios allí frente al resto del mundo. No es nuevo. Los medios públicos solventes (Repsol, Iberia, Telefónica…) ya han sido privatizados; del lado de Europa, lo que le resta a los Estados es salir al rescate de la ruina. Trump divulga que el Estado es un dominio de los poderosos, que ellos son los que aseguran. De ahí el recurrido retrato del caro Elon Musk por todas partes. Luego, fuera los gastos superfluos, demasiados funcionarios, demasiados jueces y demasiadas ayudas innecesarias. La desmesura económica y política de Trump, la revolución que va a producir por los aranceles y sus nuevas consignas, agrava el movimiento pendular. La historia que se cuenta no es normal, porque no sólo los dignatarios arrimados al poder lo consignan, hay más, incluso desde este orbe que lo celebra. Lo que se narra aquí es que corremos el riesgo de que la bilis manifiesta sea consentida y aceptada. Y ese es otro cantar. O lo que es lo mismo, ¿cómo se va a mover el mundo por la desproporción?, ¿Europa retendrá el golpe unánimemente o las Meloni y compañía abrirán grietas por las paredes? Si el resto del mundo responde unánimemente a las ofensas del custodio, entonces sí será cierta su revolución, aunque se le vuelva en contra. Canadá ya respondió con patriotismo por sus pretensiones o porque devolverán el mismo tanto por ciento de aranceles. China también. ¿Y si las relaciones cambiaran de puerta, y si la desmesura reaccionaria de Trump abriera nuevas maneras de acuerdo, China con Europa y los otros países emergentes, por ejemplo Japón, Corea del Sur, India y asumieran protección para el resto? Seremos otros y eso no sé si enterrará a Trump en la tumba o los contrarios lo festejaremos por un santo.
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