después del paréntesis

El dinero

Lo que la revista Forbes precisa es que las personas más ricas del mundo son empresarios. Y eso muestra la estrategia más nefasta del capitalismo: los dueños atesoran y los empleados cobran miserias por su productividad. De ese modo se aprecia. Algunas personas, muy pocas, el 15% de los nacidos, atesoran cantidades de dinero asombrosas. En concreto, Elon Musk: 342.000 millones de dólares; Mark Zukerberg: 216.000; Jeff Bezos: 215.000, y Amancio Ortega, 82.000. ¿Para qué sirve el dinero? Asunto palmario. Has de vivir y ello cuesta: la casa, la comida, el colegio de los niños, los transportes, el ocio, etc., etc., etc. Y de eso se concluye que lo importante no es que los ricos sean ricos, sino que tú has de ser solvente en este mundo. De donde, el oficio manifiesto; o adecuado para progresar y ahorrar o (cual ocurre) no dar para sobrevivir. Porque lo que es cierto es que al 85% de los nacidos nos atenaza la condición que el escritor argentino Roberto Arlt señaló para sus personajes y para sí: trabajar para comer y comer para trabajar. Eso somos. Pero, ¿para qué sirve el dinero? Pongamos los señalados: Musk. Fue el que encumbró la campaña de Trump con millones de dólares, es el que acompaña a Trump en el gobierno, incluso compareciendo en el despacho central de la Casa Blanca con su hijo al hombro cuando el ultraderechista firmó el decreto que dejó a millares de funcionarios sin empleo, y es el que apoya económicamente a los grupos neonazis de Alemania. Zukerberg le robó las ideas a sus amigos para crear Facebook y lograr lo que logró; a la espera de ser feliz arrimado a la derecha, que no siempre lo fue. Bezos se ha ganado el mundo por una maña sofisticada para vender. Pero es hijo de una mujer que parió a los diecisiete años por un amante que desapareció del planeta. O lo que es lo mismo, Bezos no cuenta con padre reconocido. Su apellido es del hombre (cubano-español) que lo adoptó y fue pareja de su madre. Eso queda, con la ruptura de su matrimonio con cuatro hijos por prendas más floridas. Amancio Ortega es otra cosa, se dirá. Y en parte es cierto. Es un ser cercano, que ha cuidado con esmero a sus trabajadores, ha consolidado el modo de vida de la hija de su primer matrimonio, ha educado a la segunda con mucho esfuerzo y rigor, asume para sí lo que ama (su segunda esposa, su yate, la vida tranquila) y, por haber muerto su primera mujer de cáncer, regala a los hospitales de España cantidades importantes de dinero para material quirúrgico. Eso queda; no el dinero que los hombres guardamos en los bancos, sino lo que nos retrata en su más absoluta evidencia. De la miseria ideológica y sectaria a la cabalidad. Eso son.

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