Muere Mario Vargas Llosa. Muere un escritor, pero lo cierto es que un escritor no muere del todo porque, según decía Diotima en el diálogo de Platón, los hombres son inmortales por sus obras. Escribir es una proyección de nuestro pensamiento, a veces solamente con nosotros mismos, y, por tanto, un acto de sinceridad. Pero la sinceridad no es una virtud que pueda ser valorada unánimemente, porque siempre habrá recovecos incompatibles con la pertenencia a ciertas listas y preferencias. Siempre existirá una intransigencia excluyente que proscribe a los que no son de la cuerda. Es una condición inevitable del sectarismo. Mario Vargas Llosa no le gustaba a todos por razones muy parecidas a ésta, las mismas que llevan a encumbrar a los mediocres si coinciden en la militancia ideológica. Es una lástima que esto ocurra con la literatura, pero es así.
Mario Vargas Llosa era un amante de la novela francesa, pero con el error, para algunos, de situarse al lado de Camus en ese debate estúpido para enfrentarlo con Jean Paul Sartre. ¡Cuántas energías se han perdido en estos empeños inútiles! He leído de él comentarios espléndidos sobre Dumas, Hugo, Balzac, Flaubert, Guide, Céline, los Goncourt, Proust y los actuales. Era un intelectual enorme, lo que le valió el mérito de ser miembro de la Academia Francesa, cuyo reconocimiento pasó por aquí sin pena ni gloria. Disfruté mucho con sus Cartas a un joven novelista, emulando los consejos de Reiner María Rilke. Su última novela, que va sobre la importancia unificadora de la implantación del español en su tierra americana, es un ejemplo de que en la madurez se puede seguir exhibiendo un gran talento. Todo ello apoyándose en el vals peruano que transporta la dulzura del puente a la alameda.
Hoy, El País, el periódico donde escribió páginas espléndidas, no siempre al gusto de todos, le dedica la atención que se merece, como si se tratara de una reparación. Nunca me quedó claro si fue él el que decidió dejar de publicar o si fueron otros los que lo decidieron. En cualquier caso, todos los intentos de silenciar a un gran novelista por parte de ciertas capillas son inútiles y sólo consiguen denigrarse por hacer de la ignorancia un arma estúpida en una lucha que no conduce a ninguna parte. Mario Vargas Llosa estaba por encima de estas cosas. Un escritor no necesita que nadie venga a construirle el panteón. En la palabra está todo lo que tiene que decir, y la palabra, como expresión del pensamiento, está obligada a mostrar su independencia por encima de todo. Eso es lo que yo entiendo que significa ser escritor. Lo demás se reduce a ser un amanuense a sueldo, un adulador, un bufón.
