tribuna

Respeto a los símbolos religiosos

De niño tuve la suerte de vivir unos años en Andalucía. Mi primer recuerdo de la llegada a Sevilla, en plena Semana Santa, es el susto de mi madre, encarnación de la circunspección castellana, al escuchar el tenor literal de las exclamaciones del público al paso de la Virgen. “Niños, a casa”. No conocía las costumbres ni el habla de Sevilla y lo que le pareció ofensivo o malsonante eran piropos, desahogos de emoción. La anécdota viene a cuento del día de la fecha. Es Jueves Santo, una de las fiestas de mayor significación en la iglesia católica, centro de una semana vacacional en la que se cruzan religiosidad, cultura e historia, como acertadamente señaló el alcalde de Santa Cruz, José Manuel Bermúdez, en la presentación del programa de actos de la Semana Santa.

Un día propicio para hacer una reflexión sobre el respeto a las creencias y símbolos religiosos. A pesar de la crispación política y del mal rollo que a veces se produce en las relaciones de la gente de a pie, España es ahora un país tolerante, salvo algunas notables excepciones, como la actitud excluyente de los partidos situados en los extremos del arco político, la débil e insuficiente acogida e integración de los emigrantes, peor si son pobres y negros, y el contradiós de la falta de respeto a los símbolos religiosos católicos, que es el credo declarado de más de la mitad de los españoles. Hubo un tiempo en el que, cuando llegaba la Semana Santa, las iglesias cubrían el sagrario y las figuras de los santos con telas de color morado penitencial y los españoles entrabamos oficialmente y por obligación en un tiempo de luto público, dolor y expiación en el que, en señal de duelo, enmudecían las campanas, se cerraban los locales de ocio y los cines y la televisión sólo podía proyectar y emitir programas de contenido religioso. Era la expresión acabada de un régimen político, el nacional catolicismo de la dictadura de Franco. Pero aquí, como dice mi colega Miguel Ángel Aguilar, llegamos tarde a todo pero con mucho entusiasmo y, así, parece que hemos pasado del todos creyentes mientras no se demuestre lo contrario al laicismo de oficio y cuasi obligatorio que, so pretexto de no sé qué normalización, impulsa a algunos creadores, humoristas y caricatos a atropellar los símbolos religiosos y faltar al respeto a los creyentes, sea con una burla de las procesiones, como hizo la semana pasada una televisión nacional en horario de máxima audiencia, la primera página de una revista con un portal de belén en el que una cagada (tal cual) ocupó el lugar del Niño Jesús o los bufos montajes audiovisuales y las tertulias en las que algunos, supongo que para exhibir su supuesta modernidad, se solazan difamando a la iglesia católica y ridiculizando a los creyentes. Todo ello, dicen, en uso de su libertad de expresión, de la creatividad y del humor. Cuando veo escudarse en el humor a quienes faltan el respeto o insultan a los demás, me viene a la memoria lo que he disfrutado escuchando en la radio a Juan Luis Calero, firmante sabio en estas páginas, y el recuerdo también de tantos buenos humoristas: Eugenio, Gila, Forges, desgraciadamente ya fallecidos, que no necesitaron del recurso fácil del insulto para provocar una sonrisa o carcajadas. Pienso que en ese tipo de “desahogos creativos”, en el pretendido humor a costa de los demás, sólo debería ser socialmente admisible si le hace gracia al sujeto paciente que lo sufre. Los autores de las presuntas ofensas a los sentimientos religiosos pretenden reducir el asunto al plano penal, si es o no delito lo que hacen, y están en campaña contra quienes les han denunciado, pero el debate está desenfocado porque el Código Penal marca el límite de lo que es delito, de lo que acarrea una pena, pero no es un manual de conducta.

Vuelvo al comienzo. Merecen todo el respeto los símbolos religiosos y también las personas que hacen profesión pública de su fe. Es fácil de entenderlo en días como hoy, cuando vemos que se echan a la calle tantos miles de personas siguiendo una tradición popular que se remonta al siglo XV, pero debe servir igualmente para las otras 51 semanas del año. Termino con una recomendación. No se pierda las páginas del especial La otra Semana Santa, publicado por Diario de Avisos el pasado sábado día 12.

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