despuÉs del parÉntesis

El ministro

Se sustancia lo que puede convertirse en otro escándalo en España. Un ciudadano de pro, adepto al partido, escala posiciones hasta puestos fidedignos, por lo cual accede a ser ministro en el gobierno de Pedro Sánchez. Y lo que se distingue ante él (se cuestiona, es decir, parece) no es tanto convenir con responsabilidad lo que el cargo le atribuye, ajustar con empeño y compostura la dedicación y el tino que el trabajo le impone sino que el mundo se revela ante sí de otro modo y comienza a abismarse por nuevos cotejos imprevistos. Para ello lo que el poder pondera a su alrededor. Siempre hay sagaces sátrapas y conspicuos adalides del extravío en posiciones cimeras dispuestos a cruzar la línea de seguridad si el perito en rigores no se resiste y deja que la historia entorne caminos indispuestos a su alrededor. Y eso al parecer ocurrió. Aquí se encuentran, el caso Koldo o caso Ábalos. El primero asesor político al que se une el adusto secretario de organización del PSOE Santos Cerdán. El Fomento atrae, y con Fomento una artimaña productiva: cobrar la parte del estipendio estipulado a las empresas a las que se les otorgan las obras encarecidas del sonado ministerio. Con ello, si antes no pobres ahora más ricos. Pero lo que proclama esta historia es el principio activo que la decora. Supongamos, el tal Koldo y el tal Cerdán (socialistas medidos ambos) a lo suyo, que para ello están donde están y las oportunidades se aprovechan. Pero alguien que jura fidelidad al partido y al Estado, que asume para sí la más fidedigna estampa del honor, de la dignidad, de las posiciones éticas y que, por lo tanto, ha de amarrarse a la integridad, ese da rienda suelta a la perversión, y eso pone en otra esfera a la crónica. Hace alguna semana lo hizo saber el juez del Tribunal Supremo tras el análisis de los indicios por la guardia civil: los ingresos irregulares y opacos de Ábaos y de Koldo. De lo cual se deduce que el ex ministro, cuando lo era, recibió cantidades importantes de dinero en efectivo de los susodichos. ¿Para qué? Se deduce que no fue suficiente que apareciera una casa por ahí que no venía a cuento; el personaje en cuestión necesitaba esos haberes para conformar en suficiencia su nueva vida, en la que ya una mujer no era suficiente (la suya, a la que abandonó) sino a las otras que aparecen por el camino (por lo general más jóvenes) a las que ha de proveer. En un caso dándole, incluso, trabajo sin aparecer por la empresa en cuestión. Y eso queda. ¿Cuál es el proceso atroz de esta corrupción? Que un individuo acaso amorfo descubre los otros sentidos de la existencia, el colmo del disfrute y de la singularidad y no se puede resistir. La razón nunca domina a la razón. Siempre en este tipo de personajes el sinsentido se impone.

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