tribuna

Patrimonios inmateriales

Hace unas semanas me llamaron de Canal Sur Radio para entrevistarme sobre el vesre lagunero. Esta mañana me ha sucedido lo mismo con Radio3. Por ellos me he enterado de que esa curiosidad ha sido incluida en las tradiciones españolas reconocidas como patrimonio inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Y me han convocado a mí como entendido en la materia y yo sin enterarme de nada. Ahora se creará una cátedra y todas esas cosas tan necesarias para entronizar a una rareza. Según parece la idea ha sido promovida por la Asociación de Vecinos del Casco. Pues muy bien. He hablado del tango, del lunfardo y de Buenos Aires, que es de donde provienen esas lenguas clandestinas. No tengo el dato de cómo se produjo esa influencia, pero sí conozco cómo se desarrolló en la capital argentina igual que una jerga de los bajos fondos. Hubo una época en que incluso se llegó a considerar elegante, como dicen en Mamá yo quiero un novio, de Libertad Lamarque: “Mamá yo quiero un novio que sea milonguero, guapo y compadrón. Que no se ponga gomina ni fume tabaco inglés, que para hablar con una mina sepa el chamuyo al revés”. Todavía tengo en mis oídos el feca con chele, de Garufa, que hubiera hecho suceso en un gotán. No todo el mundo sabe hablar al vesre en La Laguna porque se requiere una agilidad especial para construir varias frases seguidas. Por eso, como no lo entendían, la gente decía por la calle “a la yatu por si asoca”, como protegiéndose de un posible insulto relacionado con la madre. Algo así como ”me gusta la fruta”, pero en castizo lagunero. No sé si alegrarme por este nuevo reconocimiento a mi ciudad. Escribí un libro hace unos años sobre ella y se me olvidó incluir esta característica. Se me pasó por alto y, mira tú por donde, ahora tiene reconocimiento mundial. Los que lo han leído dicen que les encanta y algunos me confesaron que compraron otro porque el viejo lo tenían todo subrayado. Ay qué ver qué cosas pasan con los libros. Ahora correrán a fabricar una gramática y ha hacerle un homenaje póstumo a Ñarifa que fue uno de sus divulgadores acompañándose con el ritmo de unas tijeras de peluquero. Quizá se abran academias para enseñar la práctica del idioma, o sirva para que algún nacionalismo lo reivindique como lengua autóctona. Entonces se colmarían los deseos de un navarro que vino a la Bodega de Julián, en Lanzarote, y me dijo: “Qué bien cantáis los canarios, qué voces. Qué lástima que no tengáis idioma propio”. Estuve a punto de hablarle del silbo gomero, pero me callé. Si hubiera sido ahora le habría mencionado el vesre lagunero. Todo se andará.

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