Que Salvador Illa ha ganado de forma contundente las elecciones en Cataluña es algo incontestable. Tan incontestable como afirmar que esa victoria no le garantiza la presidencia de la Generalitat en este alambicado panorama de equilibrios políticos donde, como decía el genial grupo cómico argentino de Les Luthiers, “el que piensa, pierde”. Lo sabía el impertérrito y flemático candidato socialista ya antes de enfrentarse a las urnas, acostumbrado como está a ese estilo sanchista donde nada es verdad y nada es mentira, todos son cambios de opinión según el lugar del que se mira. Y por mucho que le parezca tan doloroso como injusto, se mira desde Moncloa, cuyo sustento vital pasa al mismo tiempo por los siete votos de la derrotada ERC y otros siete del resucitado Puigdemont. No de uno “o” del otro, eso sería salvable, sino “y”: y qué difícil es contentar (como engañar) a todos durante todo el tiempo.
En realidad, y por paradójico que resulte, al bueno de Illa le hubiera venido mejor NO ganar las elecciones, sino ser el “complemento perfecto simple”: esa cantidad justa y necesaria para pactar justificadamente con una (o las dos) fuerzas nacionalistas “por bien de la estabilidad y la pacificación de Cataluña”, como en el País Vasco. ¿Pero cómo justificar ahora la renuncia a la Presidencia sin desairar a sus propios votantes (el PSC es una estructura muy singular que no acepta el “cesarismo absoluto” que hoy impera en el PSOE)? Pues, sinceramente, no lo sé… pero hemos visto hacer tantas cosas imposibles, tantos cambios de opinión, tantos golpes de efecto, tantos conejos de la chistera y tantos leales sacrificados al “puto amo” (Puentes dixit) del Manual de Resistencia, que no lo descarto, incluso en contra de mi propio sentido común.
Por otra parte, decir que los resultados del PSOE en Calaluña “avalan” la estrategia sanadora de Sánchez, es de un infantilismo insultante para cualquier mediana inteligencia. Los socialistas han subido de manera notable, sí… pero “jibarizando” a sus socios más colaboracionistas en ese invento: la debacle de ERC, que ya le ha costado el sillón a su candidato y cuyos efectos sísmicos aún no han llegado a su culmen dentro de sus propias bases. Mientras tanto, las dos “dulces derrotas” las sufre/disfruta tanto Puigdemont –cierto, no ha ganado las elecciones, pero ha ganado “sus elecciones”: sube en votos y diputados, y es la fuerza incontestablemente preponderante entre el independentismo-, como el PP –candidato casi a la fuerza, en contra del parecer de Feijoo, pero que ha multiplicado por cinco su representación: aún poco para un Partido sistémico y de gobierno, pero cuyas cuentas ya empiezan a darle para llegar a La Moncloa.
Seamos sinceros, si se reproduce el “tripartito de izquierdas” (PSOE-ERC-Comuns), que parecería el más lógico aritmética y políticamente de los pactos, ¿qué incentivo le quedaría a Puigdemont para seguir apoyando a Sánchez? Ya le ha sacado lo más importante (para él): la Amnistía. Ya ha obtenido la supremacía en el ámbito nacionalista (y no duden que aún resuena en su memoria aquellas “treinta monedas” que Rufián le echó en cara por “traidor al independentismo”). Ha conseguido hacer calar su relato de la épica de “President en el exilio”, mientras la dignidad de Oriol Junqueras pagando con penas de cárcel su coherencia ha quedado como un pintamonas. Y difícilmente se le puede discutir su legitimidad a aspirar a la Presidencia de la Generalitat teniendo como precedente y espejo al propio Sánchez en Madrid.
Si él no gobierna, no lo duden: o repetición electoral o Pedro Sánchez no se comerá el turrón en La Moncloa. Más allá de la amarga victoria de Illa, y de las duces derrotas de Puigdemont y de Fernández, cabe apuntar, al menos como dato curioso aunque no resulte agradable, la batalla entre extremos: la extrema derecha le ha ganado a la extrema izquierda (sí, voy a hacer esa “cuenta trampa” mezclando los ámbitos españolista e independentista): Vox+Aliança Catalana suman 13 escaños, frente a Comuns+CUP que suman 10. Una reflexión para los pobres ingenuos que aún creemos en otras formas de hacer política: ¿seguro que esta estrategia de crispación y frentismo favorece en algo a la Democracia?
Análisis de: José Alberto Díaz-Estébanez – Periodista y Diputado por CC en el Parlamento de Canarias