Pocas veces viene tan a cuento usar este conocido dicho (no siempre bien aplicado) que en la actualidad política que nos toca vivir. Y no solo por la referencia directa tanto a la honradez como a la apariencia debida por parte de “la mujer de…”, sino por la misma figura de César, encarnando una manera de ser, de ejercer y de concebir el poder absolutamente personalista como lo hace Pedro Sánchez, incluso más allá de su propio Partido, sin fronteras ideológicas en toda la izquierda, ni geográficas en toda Europa.
De hecho, no son pocos los que se preguntan cuál es el futuro del PSOE en el post-Sanchismo (que, tarde o temprano, acabará llegando, inexorable como la muerte). Es decir, si el Partido sobrevivirá a su propio líder, al que rinden hoy obediencia y devoción absoluta como nunca antes –ni el mismísimo Felipe en todo su apogeo y con mayorías absolutísimas, que tuvo que enfrentarse a poderosas corrientes internas y distintas líneas de pensamiento y praxis- ha tenido. ¿Les parece imposible? Pregunten en Francia, Italia o Grecia, por ejemplo… La imputación de Begoña Gómez por presunto tráfico de influencias y corrupción en el sector privado no presupone su culpabilidad.
Ni la de ella, ni la de tantos (bien conocemos esta historia en Canarias) que también han sido investigados y citados en procedimientos, muchos de ellos instigados (incluso “fabricados”) por el propio PSOE y utilizados de manera inmisericorde para alcanzar el poder (de hecho, lo consiguieron).
Lo que resulta verdaderamente novedoso en este caso es la estrategia de defensa emprendida por el mismísimo Sánchez… y todos a una, como Fuenteovejuna, dentro del PSOE, donde se ha establecido una auténtica competición a ver quién es más papista que el Papa, quién le hace más y mejor la rosca, y, en ese camino, quién insulta y descalifica de forma más grosera y potente a la “fangosa” oposición. Y es que, hasta ahora, la respuesta-tipo de todos y en todas las ocasiones siempre partía de una premisa lógica: presunción de inocencia, naturalmente, y voluntad de aclararlo todo con plena confianza en la Justicia.
Ya no es así: la novedosa estrategia consiste en la descalificación absoluta “per sé” de la acusación (aviesa, malitencionada, puro fango y que no merece ni siquiera la molestia en dar explicaciones), y, en consecuencia, el mero hecho de que la Justicia (cualquier juez y en cualquier instancia) que ose no ya sentenciar, sino investigar los indicios delictivos que considere, supone una descalificación de la propia judicatura. Es decir, ese demoledor término de “law fare” puesto tan de moda por los independentistas condenados para justificar sus delitos tras un manto de corrupción judicial y persecución política, puede ser aplicado de manera discrecional por el Gobierno.
Y si en un Estado de Derecho quebramos de esta manera tan brutal la confianza en la Justicia, simplemente… enterramos el propio Estado de Derecho. Tan simple y tan duro como esto. Y volvamos entonces a la mujer del César, que “debe no solo ser honrada, sino parecerlo” (según se le atribuye al propio Julio César sobre su esposa Pompeya, para indicar respecto a unas turbias acusaciones que se le hacían que se debe mantener la compostura en relación al cargo y la responsabilidad que se ostenta, más allá de si había cometido no la falta. ¿Es culpable Begoña Gómez de algo más que de ser “la esposa de…”? Francamente, no lo sé. Pero es que el tráfico de influencias solo tiene sentido precisamente por su grado de influencia y su relación directa con el Presidente. ¿Hay indicios suficientes para entender que hay fundamento en una investigación? Pues todo señala a que sí, porque sus cartas de recomendación, los tratos de favor recibidos por ella y por las empresas que la han respaldado por parte de diversas administraciones públicas y en más de una ocasión, merecen al menos una clara y rotunda explicación (además del reproche ético y estético, incluso antes que el posible ilícito penal). ¿Que puede haber (de hecho, indudablemente, la hay) una utilización político electoral de estas acusaciones? Es tan criticable como inevitable: como ocurre en absolutamente todos los casos donde existen este tipo de acusaciones.
Pero de ahí a la descalificación del juez que hace nada menos que el Presidente del Gobierno en sus lacrimógenas “Cartas a la Ciudadanía” (según San Pedro), o que el Ministro de Justicia opine en público sobre un procedimiento abierto y de indicaciones a la Fiscalía (supuesta acusación pública) sobre cómo debe posicionarse y poner todos los medios a su alcance para eximirla de cualquier responsabilidad, es grotesco.
Pero, por burda y cortoplacista que sea esta estrategia de llamar “bulo y fango”, sin mediar explicación alguna, a todo el que ose poner en duda al Líder Supremo, a ese caudillismo vergonzante donde se castiga no ya la crítica sino la duda, puede acabar saliéndole bien. ¿Y cómo es posible? Gracias a una potencia mediática brutal, indisimulada y sin complejos, bien salseada con la propagación del miedo al fantasma de la ultraderecha. “He visto cosas que vosotros no creeríais…”, como dice Roy (Rutger Hauer) en mi monólogo favorito de cine, de lágrimas en la lluvia, del final de “Blade Runner”.
Y entre todas ellas vividas en los últimos dos años, con cambios de opinión asombrosos, leyes que consagran lo que antes era inconcebible o alianzas políticas entre personajes antagónicos, que esto también le salga bien a Sánchez no sería la mayor de ellas. El próximo capítulo, este domingo en las Elecciones Europeas.