Europa es algo muy serio. Es, probablemente, el proyecto político, social y económico más ambicioso para la construcción de un espacio común de democracia y libertad de toda la historia de la humanidad. Pero es que, además de las grandes intenciones, también es nuestro salvoconducto de supervivencia: con sus errores y sus horrores, la Unión Europea se ha convertido la única manera de garantizar la continuidad de las pequeñas y grandes cosas que nos hacen ser como somos y vivir como vivimos, influyendo decisivamente en nuestro día a día: desde el precio de lo que consumimos hasta las reglas de convivencia que nos imponemos.
Europa es algo muy serio… que nos solemos tomar a coña. Quizá por eso nos tomamos tan a la ligera (y uso un término muy suave) las Elecciones Europeas, con una mezcla de sentimientos en los que creemos que no sirve para nada, que nos queda muy lejos o que son el vehículo perfecto para expresar nuestra frustración, nuestro desengaño e incluso nuestra ira. Así se entiende, por ejemplo, que históricamente haya sido una especie de “refugio del voto cabreado” al que han acudido con mejor o peor fortuna gente de diverso pelaje, y cuya máxima expresión fue los dos eurodiputados que obtuvo Ruiz Mateos en 1989. Otros también lo intentaron, como Blas Piñar, Jesús Gil o Mario Conde. Ese “voto del cabreo” también tiene cabida con posibilidades este año, un tal Alvise Pérez que, tras un sinuoso periplo por varios otros Partidos, ha montado una plataforma personal y propagandística (entendiendo como pocos los mecanismos actuales de manipulación política) con el llamativo nombre de “Se acabó la fiesta”. En cualquier caso, si lo consigue, empezará la suya personal, sin ningún beneficio para quien le vote, más allá de esa reconfortante sensación de “rascarse” un sarpullido, aunque agrandes la herida.
Y no son pocos los pequeños partidos que en cada convocatoria electoral prueban fortuna sin importarles (y me parece muy bien, porque es legítimo) los cientos de miles de votos que se desperdician en la plena consciencia de que no tienen ninguna posibilidad (reconocimiento en particular al PACMA por su persistencia).
Tampoco podemos olvidarnos de que fue precisamente en unas Elecciones Europeas cuando eclosionó definitivamente el fenómeno político de PODEMOS que había irrumpido con fuerza como traducción política del movimiento del 15- M. Aquella papeleta innovadora con la cara de Pablo Iglesias obtuvo nada menos que 5 escaños, casi por sorpresa en 2014. Había que tomarles en serio… aunque su historia cruel lo está haciendo desaparecer (como le ha pasado a Ciudadanos, en otro espectro ideológico) casi de forma tan fulgurante como surgió, con el canibalismo político propio de la extrema izquierda en este país (y la indudable colaboración para su “demolición controlada” por parte del “Killer” Sánchez hacia todo el que le rodea y pueda hacerle sombra).
Los dos “grandes”, PSOE y PP, siempre se han tomado estas elecciones como un ejercicio plebiscitario entre quien está en el Gobierno y quien pretende arrebatárselo. Sus listas electorales tienen una componente de “cementerio de elefantes” donde darles un retiro dorado y bien pagado a quien ha prestado buenos servicios (al Partido, no necesariamente al Estado) o a quien consideran que no debe dar más la lata de lo estrictamente necesario. La circunscripción única en todo el Estado favorece, y sus propuestas y proclamas son cada vez más simplistas y menos comprometidas. Dicen lo mismo en El Hierro que en Albacete. Piden el voto para “frenar a la extrema derecha” o ”echar a Sánchez”. Fomentan sin escrúpulos el desapego ciudadano por la Política, y juegan a una estrategia del “pim, pam, pum”, porque la crispación lleva a la polarización, y la polarización les favorece: todo es blanco o negro, una peli de buenos y malos, sin grises ni colores. Llevan a la estrategia política aquel viejo y repugnante adagio periodístico que reza “que la verdad no te estropee un buen titular”.
Todavía queda algún loco romántico –Carlos Alonso es uno de ellos- que pretende utilizar las campañas electorales para lanzar propuestas, para denunciar problemas, para hacer pedagogía o para sembrar soluciones sobre lo que de verdad conoce. Las circunstancias, no nos engañemos, no les favorecen. Esa circunscripción única les obliga a buscar alianzas electorales con otras formaciones de implantación territorial para intentar sobrevivir y que no se convierta todo en un perverso “monopolio político” entre los grandes. Y si alguien se merece y necesita esa atención es precisamente Canarias, por sus especiales circunstancias ultraperifécas que condicionan toda su existencia: lo que entra, sale y/o permanece en un territorio delicado, alejado y fragmentado, sea en personas, materias primas, alimentos o cualquier producto.
Votar es un derecho de libre elección, y respeto el ejercicio de hacerlo o no, y los motivos que te lleven a hacerlo. Pero no puedo evitar decir y pensar que, si decides hacerlo, lo hagas con la cabeza y el corazón, no con las tripas. Vota por lo que crees, por lo que piensas o por lo que te interesa. Vota por lo que te parezca más útil. Mira a los ojos a un candidato, si tienes la oportunidad, y déjate llevar por tu instinto de si te fías o no, y de si crees que vas a volver a verlo para que te de cuenta de su labor antes de que pasen otros cinco años para la siguiente campaña. No votes contra nadie. No votes por odio. No votes por miedo. No votes por resignación. Y no dejes que nadie te diga que no es posible lo que tú crees justo.
Análisis de: José Alberto Díaz-Estébanez – Periodista y Diputado por CC en el Parlamento de Canarias