Cuando se quiere sinceramente se puede conseguir lo que se pretende, aunque signifique un gran esfuerzo. Todo depende de la voluntad que se ponga, las ganas suficientes y sobre todo, la conciencia clara de que nadie tiene la razón absoluta. Que existan posturas diferenciadas sobre el tema o asunto que sea es lo normal y además lo saludable, sobre todo en una democracia social y democrática de Derecho, como la que gozamos en España, donde se propugnan como valores superiores la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Pensamientos varios, posturas encontradas, acercamientos difíciles, es lo normal en la vida cotidiana. No hay que extrañarse, ni muchos menos alarmarse. Ya sería peligroso que se nos obligara por igual a pensar, vestir o sentir lo mismo. Es la eterna mentalidad dictatorial o populista que impregna gobiernos, ideologías y organizaciones, que pretenden controlar a la entera sociedad a su antojo y beneficio, tanto político, social, como económico.
Los radicalismos siempre llevan al abismo ya que están impregnados de la intransigencia como veneno mortífero del acuerdo, que es consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero a fin de acabar con una diferencia. Los maximalismos, que expresan los posicionamientos extremos, son tóxicos, ponzoñando las relaciones, haciéndolas nocivas o lo que aún es peor, destructivas, son malos como un bebedizo de cianuro. Como dice Hermes Antonio Varillas Labrador, escritor, educador, comunicador social y poeta venezolano, “el radicalismo es un terrible mal de la humanidad que se cree dueño no sólo de la razón, incluso también de cegar las vidas del prójimo que no comparta su forma de pensar”, una forma muy extendida en nuestra tierra de practicarlo es denigrar al contrario con insultos, mentiras y vaciades personales e incluso familiares, diciendo falsedades que quieren pasar como hechos verídicos, contaminando adrede, porque de eso se trata, de malgastar al diferente, cueste lo que cueste, tanto desde un punto de vista dinerario, como de acción. Ya conocemos el dicho que dice que a “los patos lo que les gusta es estar en un charco de fango”
En Canarias hay mucha tensión en el ambiente, sería bueno una dosis mínima de concordia, es decir, plantar avenencia, lo cual en estos momentos parece imposible, los hay que quieren batallas donde haya ganadores o vencidos, como se dice popularmente “quieren oler podredumbre”, ya que no admiten una postura intermedia que facilite la cordialidad. Así estaremos en una pelea constante, desgastadora, que sólo beneficia a los que promueven inocular malestar social. Habría que indagar, pormenorizadamente, el interés oculto escondido detrás de esas posturas, más que intolerables, sectarias. Es una lucha sin cuartel para amedrentar, infundiendo miedo y atemorizando a los que no piensan como ellos, con el fin de conseguir sus objetivos secretos, que a alguien o a algunos beneficiarán, repitiendo esta idea porque ahí se encuentra el meollo de la cuestión.
Hay que cambiar la dinámica de comportamiento por el bien y la querencia por Canarias. Es más, tiene que ser una obligación, con total libertad, valga la paradoja, que nos tenemos que autoimponer todos, porque así se demostraría con palabras y hechos, lo que se dice de boquilla. La valentía se demuestra con la humildad, tanto de pensamiento como de comportamiento, aprendiendo la escucha atenta de otros posicionamientos que seguro tienen partes de valor y aportando lo que cada cual puede o quiere, sin imposiciones o exigencias irreductibles. Ahora parece imposible, porque los ánimos están muy caldeados, aunque la solución está en rebajar la tensión por parte de los que ponemos fundamento.