Cuando era más joven recuerdo ir con mis amigas a una discoteca una noche y, cuando estábamos pasando por la puerta, un grupo de chicos empezó a reírse e insultarme por mis enormes piernas y trasero. Lloré muchísimo ese día.
También recuerdo sentir una envidia total hacia mis amigas porque llevaban pantalón de la talla 34-36 y yo casi no cabía en la 42; la 44 era mi talla. Yo quería ser como ellas. Quería poder ir de compras y vestir a la última, pero mis piernas y mi trasero me impedían poder usar ropa de las tiendas de moda como Berskha, Stradivarius o Zara. Mi padre y yo pasábamos horas buscando pantalones o botas para mí. Jamás pude usar botas altas y raramente podía encontrar un pantalón. En España las tallas no son realistas. Solo las chicas delgadas pueden ir a la moda.
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Los insultos y el continuo bullying que sufría me causaron un tic en los ojos, mucha inseguridad y una muy baja autoestima. Me sentía horrible y la persona más fea del mundo. Mucha gente me decía: “No eres fea, pero tienes muchas curvas, grandes piernas y un gran trasero”. ¡Cómo si eso fuera un pecado y una condición para dejar de ser bonita!
En 2015 decidí dejar tierras españolas por el tema de la crisis económica y me fui a buscar una nueva vida a Estados Unidos. Trabajaba de housekeeping (limpiando cuartos) y luego fui supervisora.
Un día me abrí una cuenta en Instagram (@ccocogreen), además de mi cuenta personal, y una chica me propuso hacer Sfs —Story for Story— o, lo que es lo mismo, ella me pondría en sus historias de Instagram y yo en las suyas. Sin saber lo que hacía acepté. De ahí me contactaron páginas que publican a chicas con curvas y gané diez mil seguidores que no dejaban de preguntarme si yo era modelo o influencer.
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Ahí fue cuando descubrí un nuevo mundo y una oportunidad. En 6 meses ya tenía más de 300 mil seguidores de todo el mundo (incluídos muchos españoles) y el trabajo de mis sueños.