La Gran Manzana podrida

La manera de salir de una pesadilla es espabilarse. Lo malo es que seguimos viviendo en la posverdad de un mal sueño, y la verdad acaso haya muerto cuando despertemos.

La manera de salir de una pesadilla es espabilarse. Lo malo es que seguimos viviendo en la posverdad de un mal sueño, y la verdad acaso haya muerto cuando despertemos. La gente que uno recuerda con agrado en el ámbito de la política -hoy leemos en estas páginas la semblanza de alguien que ilustra los mejores modos de un demócrata: Alberto de Armas- nos parecen ahora fantasmas, irreales, a la vista de cómo está el género. Mário Soares se fue ayer a los 92, dejando la estela de un padre de la democracia y la libertad sobre las cenizas de la dictadura de Salazar. Y, como uno es imbécil, recuerda a José Zeca Afonso , autor de Grândola, Vila Morena, la canción que sonó por la radio, para levantar la revolución portuguesa de los claveles que sacó de la cama al pueblo y lo despertó.

La certidumbre de los servicios de inteligencia americanos desmiente la posverdad de Trump: Rusia interfirió en las elecciones del 8 de noviembre y aupó hasta donde pudo al vellocino de oro. Le guste o no le guste, don Donald es un estafador, un mito descaecido, sin verosimilitud, pillado in fraganti en el lodo de su mentira, que si no es por alguna enmienda constitucional que lo impida, tomará posesión el 20 de la Casa Blanca como hacían los íncubos con las damas indefensas en la antigüedad. Trump -aquí solemos llamar trumpantojo a su influencia demoledoramente tramposa- es el resultado, no el síntoma. Es quien arranca de cuajo la clave de bóveda de la vetusta democracia, y el sistema sobreentendido de libertades que hemos conocido se viene abajo con él y entonces cunde el pánico. El síntoma es anterior y múltiple. Fundamentalmente, las desigualdades a que abocó el capitalismo salvaje, no ayer, ni antes de ayer, sino desde mucho tiempo atrás, hasta empobrecer a las clases medias que sostenían la estructura y daban estabilidad al falansterio, inciden en la raíz del problema, que la Fundeu consagró como la voz cardinal de 2016: populismo. Recomponer el puzle va a costar esfuerzos, pues la receta es colosal, no al alcance de unos cuantos gobiernos, sino de una estrategia global desde dentro del occidente geopolítico del planeta que ahora es el mundo de Trump. Es meterse en la manzana y arrancar el gusano; deconstruir el imperio y reparar las desigualdades, para que fenezca el populismo viral que contagia en el mismo cesto a las Europas y Américas juntas, como si no hubiera siquiera entre ambas un brazo de mar que esterilice contra ese mal.

Mientras, nuestro tiempo sucumbe a los miedos concatenados de un continuo videojuego, que enlaza las historias de este Armagedón sobre un triste mundo libre que va por mal camino. ¿Dónde están los líderes que antaño rearmaban ideológicamente a la sociedad? ¿Dónde los intelectuales postulando soluciones y revoluciones? ¿Dónde los sindicatos movilizando a los trabajadores contra las lepras de la tiranía? Aquellos dictadores latinoamericanos y europeos del siglo pasado son, a ojos de hoy, alevines del Tío Trump, que dio la vuelta al mapa y se coronó sátrapa al estilo militarote de un pucherazo cibernético. En tres meses, Holanda será el califato del xenófobo Geert Wilders. Entonces, ¿los rusos han puesto un presidente en Estados Unidos y Europa se ha vuelto loca de remate? ¿Nadie lo va a impedir? Cuando aquel meteorito, hace 65 millones de años, provocó la extinción masiva del Cretácico-Terciario, erradicó a los reptiles más resistentes y diezmó las poblaciones de las faunas restantes, el narrador de la película dejó dicho en el aire: “Sucedió, y volverá a pasar. La pregunta es cuándo”. Si Putin, fuera de cámara, ha sido capaz, con las modernas armas digitales, de lanzar certeros ciberataques e influir en decenas de millones de electores norteamericanos, para denigrar a la pusilánime Hillary e inocular el virus de su amigo Trump en el cuerpo electoral, triunfó el embuste, la calumnia, el fake -en la lexicología de las redes- y estamos condenados a la aberración. Es posible que ya sea tarde para todo; tarde para que todos nos demos cuenta de lo tarde que es. En la era analógica, el asunto políticamente era la lucha de clases. En la era digital, el tema es el imperio de la verdad o la mentira. Va ganando esta última por goleada en las cuatro esquinas del mundo. Y quien preside es Trump, amo y señor, fruto de la Gran Mentira de la Gran Manzana podrida, que amenaza con pudrir a las demás.

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