Espinosa, un compromiso vital

El Grupo Montañero de Tenerife ha editado Trochas, caminos y veredas, un conjunto de crónicas elaboradas por el doctor Luis Espinosa García -al que flaquearán las piernas y también la vista, pero no la memoria- de modo que se asoma semanalmente en este periódico

El Grupo Montañero de Tenerife ha editado Trochas, caminos y veredas, un conjunto de crónicas elaboradas por el doctor Luis Espinosa García -al que flaquearán las piernas y también la vista, pero no la memoria- de modo que se asoma semanalmente en este periódico -ahora, en la edición digital- para contarnos que la naturaleza insular y de otras latitudes tiene un sinfín de parajes, paisajes y recovecos que la convierten en un codiciado objeto de disfrute, máxime si es compartido con amigos y compañeros prendados también de sus excelencias. Una suerte de diálogo entre el autor y el medio natural fluye entre las páginas de este volumen, prologado por Margarita Rodríguez Espinosa y presentado días pasados en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias por José Javier Hernández. Antes de que el concepto senderismo quedara acuñado como tal y se utilizara a menudo en los contextos turísticos naturalistas, ya Espinosa y adláteres lo practicaban, poco menos que lo habían patentado. Hacia las cumbres se iban domingos y feriados, cruzando pinares, desfiladeros y vericuetos, dando vida a lo que, en el fondo, era algo más que una afición: en aquella recordada Peña Baeza los profesionales que se reunían para patear la tierra hasta conocerla y gozarla, casi palmo a palmo, hicieron unos recorridos a los que solo faltaba este testimonio escrito que viene a prolongar aquel otro relato de Vicente Jordán, editado por el Cabildo y titulado Tenerife a pie. Es natural, entonces, que las páginas de Trochas, caminos y veredas tengan olor a menta, poleo y orégano, según dijera el profesor Hernández, pero también a pino, a atarjeas de medianías, a galerías de nacientes y a las piedras que recolectaba el inolvidable Telesforo. Luis Espinosa es un empedernido amante de la naturaleza que ya lo acreditaba cuando en el colegio de segunda enseñanza Gran Poder de Dios, en aquel bachillerato superior que obligaba a escoger ciencias o letras, enseñaba botánica y geología, las disciplinas para las que inculcaba un valor práctico, adquirido sobre el terreno. Aquella labor docente, aquella dedicación para enriquecer la actividad cultural del municipio, los afanes entregados al propio IEHC y, por supuesto, su ejercicio profesional de la medicina, contrastado en esa vertiente humanista cuya impronta ha quedado entre las paredes del Hospital de la Inmaculada, han hecho de Espinosa el senderista por excelencia, el médico tan serio como amable, el enseñante del que siempre se aprende y ahora, el escritor que ha plasmado sus vivencias con el entusiasmo de un principiante. En las Trochas, caminos y veredas de su vida se albergan la modestia de su personalidad y la extensión de su sabiduría. Un compromiso existencial.

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