“Oh, my God!”, la reacción de los turistas ante la tragedia de Los Cristianos

Tras el cordón de seguridad establecido por la Policía Local de Arona, los turistas viven con incredulidad y lástima las tareas de desescombro
El cordón policial abarcó un importante perímetro de seguridad para facilitar la labor de los equipos. Fran Pallero
El cordón policial abarcó un importante perímetro de seguridad para facilitar la labor de los equipos. Fran Pallero

La esquina del paseo Aquilino con la calle Caldera es un hervidero desde media mañana. En este lugar los transeúntes pueden comprobar la brutal magnitud de la catástrofe a menos de 200 metros en línea recta. Una pareja de la Policía Nacional y otra Local impide el paso a cualquier persona más allá de la cinta que delimita el área de seguridad. Solo se facilita el acceso a los turistas o vecinos que regresan a sus apartamentos o domicilios, acompañados siempre por un miembro de Protección Civil. Por este lugar transitan los turistas en dirección a la playa o al centro de Los Cristianos. Todo el que pasa se para, dirige su mirada hacia la ‘zona cero’, en la calle del Valle Menéndez, y desenfunda su móvil para capturar la descorazonadora imagen de lo que fue un edificio de cuatro plantas y ahora es un espacio vacío.

“Este es el mejor lugar para hacer una foto”, comenta, con buenos modos, un agente nacional a un fotógrafo que buscaba acercarse al lugar y al que se le niega el paso. “Solo está permitido el acceso al personal médico y a los técnicos del Ayuntamiento”, le advierte. Los comentarios se suceden en la concentración, cada vez mayor, de curiosos. Uno de los presentes asegura que oyó un “estampido” apenas unos segundos después de pasar con su coche por el lugar. Cuando giró su cabeza solo vio la gran nube de polvo. Una mujer de mediana edad comenta que la tragedia es como “un terremoto de los que vemos en la tele”.

Otra de las conversaciones gira en torno a la hora en la que se produjo el siniestro. “Dentro de lo negativo, menos mal que esto ocurrió a las 9.30, imagínate si pasa de madrugada con todo el mundo durmiendo”, se escucha. Casi todos especulan sobre las posibles causas del accidente. Un buen número se inclina por una explosión de gas, aunque un vecino afirma en el corrillo de asistentes que el derrumbe se originó “seguramente por humedad en alguna columna principal”. Uno de los miembros de Protección Civil muestra su extrañeza a los presentes porque el edificio “no avisó, se desplomó de golpe”.

Los turistas van y vienen, pero todos se detienen al ver la cantidad de gente arremolinada por fuera de la zona acordonada y frente al despliegue policial. “Oh, my God” es la expresión más repetida. Dos mujeres con pareo y pamela se clavan en el lugar y una de ellas no puede evitar soltar un “Ay, señor” entre el asombro y la lástima. A esa hora, los perros no paran de moverse de un lado a otro entre los escombros con el hocico pegado a las piedras, en un movimiento coral sincronizado casi a la perfección, y los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias y bomberos se disponen a comenzar las labores de desescombro. Un residente, con acento argentino, advierte del riesgo que corren los bomberos ante la posible caída de cascotes y de un muro sin demasiada consistencia.

A escasos metros de la escena aguarda una imponente fila de ambulancias amarillas y hasta tres camiones de bomberos junto a las carpas desplegadas por los equipos de rescate. Vehículos de emergencia todoterreno y maquinaria para desescombrar completan un operativo que impresiona. “Yo nunca había visto esto”, dice un vecino, mientras que otro no para de repetir “pobre gente”. Televisiones, radios y prensa despliegan todos sus operativos en una cobertura que hace presagiar un largo día de intensa labor informativa. Minutos después, la llegada de equipos de emergencia con potentes focos confirma que el día no acabará cuando caiga la noche.

A las 13.00 horas las sirenas ya han dejado de sonar y se impone el silencio, solo acallado por algún ladrido que llega, en la distancia, desde la unidad canina que trabaja a destajo sobre la montaña de escombros. A escasos metros de la tragedia la vida sigue como si nada. La rutina continúa su curso. Las piscinas de los hoteles aledaños y la playa de Los Cristianos están abarrotadas de turistas que disfrutan de un día espléndido y luminoso en todo el sur de la Isla.

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