Lorenzo Olarte: “El canalla mayor del Gobierno de Suárez fue Fernández Ordóñez”

En vísperas del 40 aniversario de la llegada de Suárez al poder, uno de sus seis consejeros en La Moncloa acusa al exministro de ser un infiltrado de Felipe González
Lorenzo Olarte, expresidente del Gobierno de Canaria. / EFE
Lorenzo Olarte, expresidente del Gobierno de Canaria. / EFE

Lorenzo Olarte, uno de los seis consejeros de Suárez en la Moncloa, califica al exministro Francisco Fernández Ordóñez, de haber sido “el canalla mayor del Gobierno”. Lo señala como un “traidor” en UCD que filtraba a Felipe González los entresijos de los Consejos de Ministros “para que pinchara el globo”. En julio se cumplen 40 años del histórico encargo del Rey Juan Carlos a Adolfo Suárez para sustituir a Carlos Arias Navarro y formar Gobierno con el fin de encauzar la Transición tras la muerte de Franco. Olarte recuerda las ambiciones de poder en UCD que desgastaron a Suárez, y cita a Joaquín Garrigues como su principal adversario. “Suárez le dijo: “¿qué tienes tú contra mí?’, y le contestó, ‘lo que quiero es quitarte el sillón’.

“He perdido el miedo a la muerte, tras encerrarme en un monasterio a meditar”. Olarte Cullen, el político canario más influyente de la Transición, duerme cada noche, a los 83 años, en la paz celestial de los cantos gregorianos que le pone en la cama su mujer lagunera María Lecuona. Es el lecho de Franchy y Roca, que un ebanista le restauró, con las iniciales del republicano en el cabezal. Olarte quiso de niño ser cura y llegó a planteárselo al obispo Pildain.

Le asesinaron al jefe de gabinete en el Gobierno canario, y en Madrid pasó un año con escolta por temor a un atentado. “La CIA amenazó a Suárez con apoyar la independencia de Canarias si no entrábamos en la OTAN”, cuenta aquí. Olarte, que declinó ser ministro y embajador en Venezuela, fue uno de los seis consejeros de Suárez en la Transición con UCD. En la entrevista cuenta la única vez que le pusieron dinero sobre la mesa “y no quise nada para mí”. El exportavoz nacionalista en el Congreso, que acaba de liderar, ya octogenario, un modesto partido estatal (Ciudadanos de Centro Democrático), reúne las trazas del último dinosaurio de la fauna política insular. Hoy vive estoicamente instalado en su proverbial travesía del desierto, con 960 euros mensuales de pensión tras una dilatada vida pública (“si fui hasta procurador en Cortes hace 40 años”) y haber criado a ocho hijos con estudios en el extranjero. Está a la espera de vender su joya de la corona, la casa palacete que habita en Santa Brígida, junto al Madroñal. Pero no pierde el humor, como si se retroalimentara del Olarte de Calero, que lo imita en Viva la Radio: “El 23F yo me tiré de cabeza, y había un chiste que decía que Tejero estaba cabreado, porque había dicho al suelo, no al subsuelo”. A renglón seguido, comenta con pesadumbre: “En mi isla (Gran Canaria) me quieren por obligación, no como yo quisiera, que fui el padre de la Universidad. Con decir que he estado tentado de irme a vivir a Tenerife”. Es la semana de la tragedia de Arona y los papeles de Panamá. Aquí habla del dolor: “Estoy luchando por la vida de un hermano que está muy enfermo, al que quiero tanto que no sabría decir si es el menor de mis hermanos o el mayor de mis hijos”. Y no hace leña del árbol caído.

-¿Qué le ha parecido el desenlace de Soria?
“Le ha pasado lo que decía Churchill, que los adversarios están enfrente y los verdaderos enemigos en tu partido. Lo han dejado tirado, porque en la política anidan los rencores, como él sabe bien. Y no soy sospechoso, porque me quitó una subvención para la fundación de China. Pero esta ola que se lo lleva por delante, de los papeles de Panamá, tiene un tufo mediático. Hemos vuelto a los juicios paralelos”.

-¿Cómo era Pildain?
“Acabo de escribir un libro sobre él. Fue el mejor obispo de aquí. A los 11 años fui con un amigo a verlo al Obispado al salir del colegio. ¡Aquel hombre majestuoso! ‘Vengo a decirle que quiero ser cura’, le solté, y me dijo: ‘Pídele permiso a tu padre’. Luego trajo en un carrito de ruedas tres cafés y unas galletas Tamarán, y nos invitó a merendar con una humildad tremenda”.

-¿Entonces, quería ser cura?
“Fue una cosa de la edad. Yo soy creyente, próximo a la Teología de la Liberación, y he perdido recientemente el miedo a la muerte. En ocasiones, me encierro y lloro por mis padres fallecidos, pero ya sin temor por la hora final”.

-¿Cómo lidió ese toro el excronista taurino?
“Pasé una semana en el monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos), entre cantos gregorianos. Por 32 euros, cuatro comidas. Vives, comulgas, meditas seis horas diarias. Cuando salí, me preguntaban a qué médico había ido. Rejuvenece apartarse del mundo a pensar, incluso, en política”.

-¿Recuerda la conversación con Juan Pablo II en Roma?
“Fui con mi familia cuando era presidente. Había una mesa castellana y dos sillones enfrentados, pero el papa me sentó a su lado y me habló con su voz cantarina. Cuando lo llamé majestad en lugar de santidad se echó a reír. Le preocupaban la juventud, la pobreza y el ‘demonio de la droga’. Al final, lo invité a Canarias. Pero lo vetó Fernández Ordóñez, ministro de Exteriores; por considerar contraproducente que viniera en una gira africana”.

-Y África era Cubillo. ¿Cómo se vivía en la Moncloa su desafío en las ondas desde Argel?
“Otero Novas y yo sabemos que la CIA amenazó a Suárez con apoyar a Cubillo si no entrábamos en la OTAN. Me lo dijo Suárez, y les dio largas. El encargado de marear la perdiz era Otero, ministro de la Presidencia. Éramos las dos personas de máxima confianza de Suárez. La CIA lo chantajeaba con ayudar al Mpaiac para que Canarias se independizara de España. Después le propuse aquel viaje histórico por las islas y el Consejo de Ministros. Cubillo era el coco perfecto para conseguir cosas en el Gobierno. Suárez me apoyaba, con esa argucia y me decía: “Canarias no me debe nada, se lo debe a Cubillo”. Y en esas, Cubillo intentando matarme”.

-¿De verdad?
“Roberto Conesa, comisario de la Brigada Central de Información, me citó en la Puerta del Sol para comunicarme: ‘Cubillo, aliado con el Grapo, quiere asesinarlo’. Me enseñó un papel con la firma de Cubillo: ‘Eliminar al godo Olarte’. Y me mostró la pistola destinada a matarme, que interceptó su infiltrado en el Grapo. Me puso un coche de la brigada antiterrorista y dos escoltas con una Marietta. El sospechoso era un brigada desertor del Ejército. Me hizo gracia cuando me dijo: ‘Si usted acostumbra a tomar café con alguna señora -yo estaba casado-, tiene que decírselo a los escoltas, porque yo no puedo asegurarle que en esa casa no esté escondido su asesino’. Me dio instrucciones: cambiar de restaurante, sentarme de espaldas a la pared… Aquello duró un año. No pasó nada. Un día, siendo presidente, aporté 5.000 pesetas para que Cubillo volviera y él me lo agradeció. Nunca le guardé rencor”.

-¿Martín Villa y Conesa montaron el atentado contra Cubillo (Argel, 1978), estando usted en la Moncloa?
“He visto una sentencia de la Audiencia Nacional que dice que fue un crimen de Estado. Pudiera ser que Conesa estuviera detrás. Martín Villa estaba en un ministerio jodido, Gobernación, donde si por razones de Estado hay que ordenar cargarse a alguien, los ojos miran para él”.

-¿Recuerda cuando asesinaron a su jefe de gabinete?
“Aquel chico, Fabián García Dobón, había estado de monje en un convento en Las Palmas, donde conoció a otro que fue legionario y toxicómano. Al cabo de los años, se vieron y sufrió 22 puñaladas. Un caso tremendo”.

-¿Cómo se llevaban Suárez y el rey?
“Suárez me contó la única discusión que tuvieron: don Juan Carlos le pidió que nombrara a Armada jefe del Alto Estado Mayor y él se negó, porque no se fiaba de un tío con ansias de poder y poco sentido democrático. Pero no creo que eso influyera en el 23F. El rey controló a los capitanes generales. Nunca me fie del de Canarias, González del Yerro. Mientras, había sobresaltos en UCD. Todos querían el sillón de Suárez. Adolfo llamó a Joaquín Garrigues y le dijo, ‘¿qué tienes tú contra mí?’. Y le contestó, ‘lo que quiero es quitarte el sillón’. Un día hubo un golpe de Estado interno. Suárez cambió de gobierno sin contar con la ejecutiva, a la que yo pertenecía. En una reunión secreta, lo habían obligado o apoyarían una moción de censura del PSOE. El traidor se llamaba Francisco Fernández Ordóñez, el canalla mayor del Gobierno. Los dos mayores enemigos que tenía Canarias en UCD eran él y Abril Martorell. Ordóñez le filtraba a Felipe González lo tratado en los Consejos de Ministros para que pinchase el globo. Suárez sufría mucho. Cuando culpaban a militares y banqueros, me decía: ‘¿Pero no ven que es mi propio partido?”.

-¿Cómo lo conoció y cómo era en la intimidad?
“¡Oh, Adolfo Suárez! Nunca lo vi desmoronado. Triste sí. Cuando él presidía Entursa, me fue a ver al Cabildo de Gran Canaria: el Ayuntamiento de Las Palmas le negaba la licencia del hotel Iberia. Se lo arreglé y se fue con la licencia en el bolsillo. En la Moncloa, los seis consejeros éramos un grupo de lujo, yo el de menor nivel: Federico Mayor Zaragoza, Leopoldo Calvo Sotelo, Salvador Sánchez-Terán, Alfonso Osorio, José Ramón Lasuén y yo. ¡Qué equipo! Lo acompañé hasta que se aprobó la Constitución. Todos los papeles de la Constitución los veíamos Otero y yo. Mi compadre Otero, un hombre preparadísimo; él, antinacionalista, y yo, un nacionalista decepcionado, que confía en el futuro de su tierra si se usa bien el REF”.

-¿Qué le convendría ahora a Canarias?
“¡Qué buena solución sería la de Puerto Rico! Un Estado Libre Asociado. Admito que lo dije tras haber tomado unas copas con el presidente de Puerto Rico, pero me reafirmo. Yo estaba cabreado. Felipe González no me recibía, nos trataba como una colonia. Y después fuimos amigos. El canario no se ha sacudido el síndrome de la Conquista. Por eso aquí llega un godo que cuanto más godo es y más nos pisa los pies, más reverencias le hacemos. Tener un Parlamento es como media independencia. Por eso, la mayor putada que hizo Bravo de Laguna fue, en el reparto de las sedes entre Tenerife y Gran Canaria, cambiar el Parlamento por la Delegación del Gobierno. Hay que ser ignorante, pese a ser abogado del Estado. No me fui de la UCD para no dar la impresión de que no quería la autonomía. ¿Cómo puedes tú comparar una Delegación del Gobierno, que es una Jefatura de Policía, con un Parlamento, coño?”.

Lorenzo Olarte, expresidente del Gobierno de Canaria. / EFE
Lorenzo Olarte, expresidente del Gobierno de Canaria. / EFE

-¿Cómo nació Coalición Canaria (CC)?
“Yo fui el inventor. Y pido perdón a Dios. Por la misma razón que UCD. En Gando, Hermoso y Adán Martín pactaron conmigo que sería candidato a la presidencia. No cumplieron. CC y UCD tuvieron una función muy buena, y gracias a Mauricio nos traíamos muchas cosas de la Península. Pero lo que mata son las apetencias por el sillón”.

-¿Le pasó con Fernando Fernández, al que sucedió?
“Qué va, nos llevamos maravillosamente. Fue un presidente docto y honradísimo. Un día dudó de mí, y me dijo ‘si quieres ser presidente, dimito en el acto y te dejo el puesto’. Se aclaró el malentendido y siempre le fui leal, una lealtad casi patológica”.

-¿Usted se reconoce como un presidente nacionalista?
“Yo fui un presidente nacionalista de verdad. Fonfín (Ildefonso Chacón) decía que él iba en una falúa hablando de independencia y yo pasaba en una lancha rápida. Hoy soy un nacionalista que no cree en la independencia de Canarias, porque es como si creyera que Jesucristo volviera a nacer en un Belén que estuviera en La Isleta”.

-¿Canariones y chicharreros tenemos remedio?
“Es triste que tengamos difícil remedio. Ahora que Gran Canaria tiene universidad gracias a que firmé el decreto, me lo perdonan más en Tenerife que me lo alaban en mi isla. No me han hecho ni doctor honoris causa. Reparten medallas y no se acuerdan del padre de la universidad”.

-¿Qué está escribiendo?
“Mis memorias, los encuentros con líderes políticos: Arafat, Isaac Rabin, Pinochet…”.

-¿Qué impresión le causó el dictador chileno?
“La de un criminal. Un tipo terriblemente frío. Fan de Franco; me dijo que haría un Valle de los Caídos en Chile”.

-En los 80, el Parlamento lo investigó por el caso Puerto Marena. ¿Qué había de cierto?
“Nada de nada. Yo pedí la comisión de investigación, y de milagro salí indemne. Fue una invención. Había comprado la cuarta parte de un solar urbanizado cuando no tenía cargos en el Gobierno”.

-¿Alguna vez tuvo que decir no a la corrupción?
“Nadie me ofreció jamás nada a cambio de nada y, por tanto, jamás me llevé nada. Pero alguno de los míos pudo decir, Olarte se lleva una parte, y tragarse la totalidad. Un empresario de Las Palmas me puso cinco millones de pesetas sobre la mesa en una campaña y llamé a un testigo del partido: hagan lo que el partido considere. Era una ayuda legal. En UCD, el encargado de las perras era Florentino Pérez, el presidente del Real Madrid. Lo llamé una vez godo, porque no nos enviaba dinero a Canarias. Cuando el CDS, apoyó con dinero Mario Conde”.

-¿Este desgobierno de España tiene salida?
“Si Sánchez y Rajoy tiran la toalla y vuelve Felipe González. Una gran coalición con un cachito para el catalán Rivera. Iglesias es brillante, pero no puedes felicitar a un tío en el Congreso con un beso en la boca”.

-Invoca a González pese a que le amenazó con el artículo 155 de la Constitución.
“Y lo mandé al carajo. Fue la guerra del descreste, que le gané a Borrell en el 89. Nos amenazaban con el mismo artículo que ahora a Cataluña. Igual que Julio Bonis era inteligente y desleal, José Miguel González, mi consejero de Hacienda, es la persona más inteligente y leal que conozco. Con él gané esa guerra y conseguimos la plena integración en Europa. Todos recuerdan oírme decir: ‘Madrid va a saber lo que vale un peine”.

-También midió la distancia con la Zarzuela y la Moncloa.
“Dije que la distancia de Canarias con la Zarzuela era de milímetros y con la Moncloa sideral. El rey me dijo bromeando que lo había metido en un lío con González. Hace dos meses le mandé un email y me respondió de puño y letra deseando vernos pronto en Madrid. En la Transición, Torcuato Fernández-Miranda, el rey, Suárez, Otero y yo colaborábamos estrechamente”.

-Hablando de distancias, ¿le queda lejos ahora China?
“He ido 20 veces en 10 años, para establecer relaciones logísticas, pero ese sueño se frustró”.

-¿Qué no ha contado nunca?
“Mi abuela era hermana del Conde de la Vega Grande. Eso no lo sabe nadie. Pronto publicaré los detalles de un descubrimiento del Museo de Canarias: el Padre Anchieta era hermano de un tatarabuelo mío”.

-¿Quién ha sido el mejor político canario?
“El gordo. Leoncio Oramas, ‘monárquico de otras cepas’. Yo soy monárquico de don Juan Carlos, que me escribe de puño y letra”.

-¿Con 83 años se siente con fuerzas?
“Me atrevería a volver a ser presidente de Canarias, si no fuera que le gente diría, ‘¿a dónde va este viejo?”.

[su_note note_color=”#d0d3d5″ radius=”2″]LA MIRADA DE FRANCO

Al padre, Ramón Olarte Magdalena, juez de instrucción destinado a Puerto del Rosario (Fuerteventura) cuando salía Unamuno, le dejaron poner un palomar en lo alto de la pensión, y cuando visitaba a su novia, Antonia Cullen del Castillo, en la finca de su futuro suegro, Santiago Cullen Verdugo, gobernador militar de Canarias e introductor de las palomas mensajeras, se llevaba media docena de aves en una cesta. A las tres de la tarde, tras dictar sentencias, la seguía seduciendo con misivas, como en El amor en los tiempos del cólera. No había teléfono. El amor les duró toda la vida. Lorenzo Olarte (Puenteareas, Pontevedra, 1932) cree que solo había otra cosa que su padre quería tanto, “o acaso más”: la carrera judicial. Franco lo apartó de ella. Siendo presidente del Cabildo de Gran Canaria, Olarte visitó dos veces al dictador en el Palacio del Pardo. Era “un preguntón”: “¿Qué problemas tienen en Canarias?” (cuando el problema era el agua). Y al gobernador Martínez-Cañabate se le escapó: “Tenemos sed, mi general”. Y Franco pidió que le dieran un vaso de agua, tomándolo al pie de la letra. “Tenía el cutis muy terso, como de párkinson, y ojos negros. Estuvimos unos segundos mirándonos fijamente hasta que yo desvié la mirada. Me pudo la mirada de Franco y pensé: este sabe que echó a mi padre republicano de la carrera judicial, sabe que no levanto el brazo cuando cantan el Cara al sol y sabe que soy antifranquista”. Olarte, de abogado, había defendido a Salvador Sagaseta en dos consejos de guerra y la sala estaba llena de militares con la bayoneta calada.[/su_note]

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