Alejandro Magno

Cuentan las historias, y es cierto, que Aristóteles nació en Macedonia. Y manifiestan que lo que tangencialmente formó parte de Grecia era lugar de bárbaros

Cuentan las historias, y es cierto, que Aristóteles nació en Macedonia. Y manifiestan que lo que tangencialmente formó parte de Grecia era lugar de bárbaros. Y ello frente a la gran Atenas, incluso a Esparta o a la patria de Edipo, que se llamó Tebas. Territorio de los que no asumían la dialéctica como principio. Y como el lugar de ascendencia del que luego sería uno de los más grandes sabios de la antigüedad contaba con tal detrimento, sufrió esa afrenta. Aristóteles se manifestó como el pensador supremo de la aristocracia y el forjador de las ideas conservadoras más expeditas (como aquella proclama que asumieron los españoles en la conquista y sumisión de lo que luego se llamó América, guerra justa contra los infieles, salvajes y caníbales), ese habría de responder a semejante agravio.

Si se confirma como cierto lo que los arqueólogos han descubierto hace pocas fechas, la tumba del primer científico de Occidente y de uno de los mejores filósofos de su tiempo está en Estagira, el pueblo de la península de Calcídica donde nació. Eso quiere decir que el protohombre eligió el lugar de su origen donde descansar para siempre. Y eso confirma el hecho de que su suelo siempre estuviera en su conciencia. Por eso anduvo con ojo presto sobre algunos de los sobresalientes personajes de su país, como el gran Filipo II, que tantos disgustos proporcionó a los griegos.

De manera que el que se nombra discípulo del divino Platón, o por contrario al maestro, o por su condición de macedonio, no pudo dirigir la Academia de Atenas luego de muerto el promulgador de Sócrates. Respondió; accedió a la petición del rey y creó al señalado Alejandro Magno, el Alejandro III de Macedonia que fue hijo del impar Filipo. ¿Cómo?, ¿no conquistó Alejandro Magno más que su padre?, ¿no divisó los confines del mundo?, ¿no tocó las riveras de Egipto? Sí, pero por la forja del carácter, del pensamiento, de la voluntad, de la consecuencia…, valores todos que le enseñó Aristóteles desde los 13 años como preceptor, para inquina de la sometida Atenas.

Ese es el valor de la filosofía aunque ahora desaparezca de las escuelas. Los seres pensantes somos más que jugadores de PlayStation o ajustadores de tornillos. Esta sociedad malsana impone la eficacia por el dinero, el éxito y unas cuantas banalidades más. Lo que nos enseñaron los sabios es que el precio es el precio. Que hoy no le hagan caso los humanos a esos forjadores de la sustancia forma parte de la displicencia, no de la esencia de los hombres.

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