Los fanáticos

El paleontólogo Juan Luis Arsuaga dijo: “No conozco a ningún animal fanático”. Así es que si uno repasa el brutal atentado de Niza no puede menos de temblar. Personas en fiesta… y un desalmado lanzó un camión contra ellos con el único objetivo de matar. La razón no se expone en estos casos, y hay momentos en la vida de los hombres que cabe pedir el exilio voluntario de este mundo. La palabra horror no aclara convincentemente lo que ocurre. ¿Qué podemos hacer ante semejantes desastres, gente que compra provisiones en un mercado y otro árabe hace explotar un artefacto con decenas de cadáveres? El valor de la vida se da de bruces contra el valor de la muerte. ¿Cómo es posible que alguien fríamente avale el asesinato de niños, de mujeres, de inocentes? ¿Cómo explicarlo? ¿Esta es una marca siniestra de la especie?

Más de una vez se oye que lo que sostiene actitudes como tales es la venganza; contra Occidente porque es como es o contra los similares porque no son como ellos han decidido que sean. La palabra es fundamentalismo, eso que conocemos por las guerras religiosas y conquistas desde este lado de acá. Pero ¿qué sostiene al fundamento?, ¿Dios? ¿Qué Dios mata con semejante inquina, depravación y desproporción? Si venganza, ¿cuál? ¿Haberlos desalojado de sus conquistas, que la policía los encarcele o que los Estados estén ojo atento contra lo que proyectan o hacen? Pero lo que desorienta es que para ellos su extinción es un regalo. Con ese credo pululan por todo el mundo. No declaran la guerra a sus contrincantes y de ese modo actúan; todos los seres humanos distintos a ellos son sus enemigos. Luego la indefensión es el signo. El peligro es real. Difíciles de controlar.

La lógica que justifican estos terroristas es algunas de las actuaciones reales de Occidente. Pongamos la Guerra de Irak, esa a la que unos mentirosos e indecentes políticos nos llevaron; pongamos el conflicto no resuelto entre Palestina e Israel; pongamos que lo que ocurre en Siria en parte es culpa nuestra… Cierto que no podemos justificar esa actitud, pero sí que de una vez Occidente tiene que dar un paso hacia la honradez, manifestarse como dice ser y no como le conviene. Con ese criterio acaso no detengamos la tragedia (se buscarán otras excusas), mas al menos nos daremos la razón, tendremos palabras dulces para quienes desaparecen y certeras para salvaguardar lo que defendemos. Al frente quienes machacan la sensatez con centenares de muertes.

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