El día después

El día después de haber cumplido 69 años viviré, probablemente, una noche calurosa, de estas de agosto. Y estaré leyendo un libro de Manuel Vicent titulado Los últimos mohicanos, que me recomendó el viceconsejero de Cultura, Aurelio González, el otro día en El Pole.

El día después de haber cumplido 69 años viviré, probablemente, una noche calurosa, de estas de agosto. Y estaré leyendo un libro de Manuel Vicent titulado Los últimos mohicanos, que me recomendó el viceconsejero de Cultura, Aurelio González, el otro día en El Pole. En El Pole lo mismo te comes un bistec empanado, o unos trozos de carne fiesta, que te recomiendan un libro, ante la indiferencia general. Sabré más de Corpus Barga, de Maeztu y de Chaves Nogales, pero no me enseñará nada Vicent de Azorín, ni de Umbral, de los que creo saberlo todo. Con qué poco y con cuánta gracia se escribe un libro de éxito, glosando la vida de los demás. Son muy buenos relatos, a veces repetidas las situaciones, pero muy interesantes.

Azaña está muy presente en algunos párrafos, qué curioso. Una vez, una señora de negro, armada de un paraguas, le asestó un golpe en la cabeza a Azaña, que salía del Congreso de los Diputados, al tiempo que lo llamaba feo. El político republicano, tan denostado en aquellos tiempos convulsos de la República, se detuvo, miró a la señora, y le dijo: “Le aseguro, señora, que de eso no tengo yo la culpa”. Esto no lo leí en el libro de Vicent, sino que me lo contó mi abuela, que era azañista y que al mismo tiempo espió para los alemanes haciendo de correo entre Tenerife y Madrid. Casi la trincan una vez, cuando los gendarmes británicos subieron a su barco, detenido en Gibraltar. Ella llevaba información que le había entregado don Jacobo Ahlers, cónsul alemán, para su embajada. Mi abuela me contó que la escondió entre la bañera de su camarote y la pared, pegada con un trozo de papa. No la descubrieron. Pero les estaba hablando del trabajo de Vicent, quizá otro día.

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