Las contradicciones de la democracia española

España puede ser incluida entre los países democráticos? ¿Nuestro sistema político cumple los requisitos mínimos que permitirían esa clasificación?

España puede ser incluida entre los países democráticos? ¿Nuestro sistema político cumple los requisitos mínimos que permitirían esa clasificación? El primero de estos requisitos sería la legitimidad de origen de nuestros representantes y gobernantes, el origen formal de su representación y su poder a través de unas elecciones libres y competitivas, de un proceso electoral genuino. En estos términos, es evidente que nuestra política es democrática, al margen de algunas afirmaciones irresponsables del entorno de Podemos y de otros antisistema, producto de la no asimilación de su fracaso en las últimas elecciones generales. Nuestro sistema electoral puede ser criticado por tener rendimientos no proporcionales o por cualquiera otra razón, pero es de los mejores del mundo a la hora de asegurar la limpieza de los resultados. Sin embargo, este primer requisito es necesario, aunque no es suficiente para afirmar nuestra democracia. La elección democrática de Adolf Hitler sigue siendo el ejemplo de libro. Los casos actuales de los Gobiernos venezolano o turco, incluso concediéndoles el beneficio de aceptar su origen electoral, son muy ilustrativos.

El segundo requisito es la legitimidad material del ejercicio democrático del poder, un requisito que, a diferencia de los casos citados, nuestros representantes y gobernantes cumplen. El problema es que lo cumplen muy someramente. En este apartado tenemos graves problemas de corrupción política y social; de tráfico de influencias; de financiación ilegal de los partidos; de politización y falta de independencia de la Justicia y de los jueces, y un largo etcétera. En este apartado no progresamos de forma adecuada y necesitamos mejorar, y mejorar muy sustancialmente.

No obstante, nuestro mayor déficit democrático se produce en el tercer requisito, en la cultura democrática, entendida como una orientación a valores democráticos de nuestros políticos y nuestra sociedad. Demasiados políticos y demasiados ciudadanos y sectores sociales españoles siguen anclados en una visión guerracivilista de nuestra política; en una infausta e inútil memoria histórica de nuestra última guerra civil, y en una imposible e incesante recreación de su final y sus resultados. Y mientras las dos Españas no firmen el tratado de paz que concluya definitivamente esa guerra, la democracia española seguirá siendo una triste democracia, débil y amenazada.

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