Mis contradicciones

Es completamente distinto construir esta crónica diaria para ustedes, bueno, cinco veces por semana, que escribir sobre actualidad en un digital, por ejemplo. No hay ninguna coincidencia

Es completamente distinto construir esta crónica diaria para ustedes, bueno, cinco veces por semana, que escribir sobre actualidad en un digital, por ejemplo. No hay ninguna coincidencia. Aquí no tengo que ser actual, aunque podría serlo, pero prefiero que no. El otro día nos sentamos tres amigos en un bar, en Tacoronte, y le pedimos a la camarera, una venezolana de Barinas, de 34 años, llamada Marisol, que averiguara nuestra edad. Mis dos amigos son más jóvenes que yo, a uno le llevo dos años y al otro no sé, cuatro o cinco, o quizá seis. Me eligió a mí como el más joven. Me echó 60 y el día 16 cumpliré 69. Los tres llevábamos puestas camisas del mismo color, parecíamos fugados del Febles Campos, pero para Marisol yo era el más joven por dos circunstancias fundamentales: me acababa de pelar y llevaba puestas unas gafas Ray-Ban azules, último modelo, que posiblemente me quitaban algún año. Últimamente la gente me dice que estoy más joven, pero yo siempre respondo que la procesión va por dentro y que mi juventud termina en la cintura (para abajo). Justo ahí empieza la vejez. Pero me agradó mucho que la chica me considerara más joven que los dos carrozas que me acompañaban, uno luciendo moreno Agromán, porque juega al tenis todos los días, y el otro un rostro pálido de las praderas, rata de despacho. Los dos se quedaron planchados y más viejos que nunca, retorciéndose de rabia en sus sillones y mirándome con ojos de desprecio. Yo fui rey por un día, pero luego, cuando llegué a casa y me metí en la ducha se me vino abajo todo. Hay que rendirse a la evidencia: uno está para un derribo y esto no tiene paliativos. La realidad no supera, en este caso, a la ficción, sino todo lo contrario.

TE PUEDE INTERESAR