¿Total?

Al celebérrimo médico de Güímar, doctor Rigoberto Díaz Sáez, le caen en la consulta notables pejigueras, como a cualquier galeno de pueblo

Al celebérrimo médico de Güímar, doctor Rigoberto Díaz Sáez, le caen en la consulta notables pejigueras, como a cualquier galeno de pueblo. Y aunque él procura tener comprensión y buen rollo con el intenso, a veces pierde la paciencia, entre otras cosas porque en su consulta hay cola y ha de atender a otros enfermos, seguramente peor parados que el plomo de turno. El doctor Tito Díaz escucha con paciencia benedictina a su dolorida parroquia, pero cuando ya los límites de la conversación se desbordan y discurren por la senda del no poder más, interrumpe a los rollistas y les pregunta, secamente: “¿Total?”. Esta abrupta pausa y la petición agónica de conclusión surten efectos milagrosos, porque la mayoría de los palizas se cortan y dicen: “No, nada, don Rigoberto, pues eso”. Entonces el buen galeno, que heredó de su padre, don Rigoberto el viejo, la habilidad para domeñar a los plastas, le da al paciente una palmadita en el hombro y lo despide, o se lo endilga a Esther o a Elsa, las enfermeras, para que le cobren la consulta, sin aplicarles el plus de pesadez. No envidio al doctor Rigoberto en su trato con el personal allí presente (que no de cuerpo presente). Porque aunque la mayoría de sus enfermos hacen gala de un comportamiento ejemplar, mantiene en su nómina a notables pejigueras a los que dan ganas de azotar, en vez de remendar. En la vida diaria pasa igual. Yo he hecho verdaderos alardes de despiste, e incluso he corrido con las patas en el culo, para evitar al pesado de esquina, que es el individuo que te espera en lugares estratégicos para darte el coñazo. O para pegarte un sablazo, que ignoro lo que será peor. Les diré igual, en el futuro: “¿Total?”.

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