La izquierda sélfica

Recuerda Joan Fontcuberta que las imágenes han sustituido a la realidad y que, siendo así, y así es, la gestión del espacio político pasa por mover o controlar las imágenes

Recuerda Joan Fontcuberta que las imágenes han sustituido a la realidad y que, siendo así, y así es, la gestión del espacio político pasa por mover o controlar las imágenes. Apunta el autor de La furia de las imágenes que su masificación trastoca la relación que mantenemos con ellas, hasta el punto de que se nos escapan. Hemos perdido la soberanía sobre las imágenes, recalca. A su juicio, decaen autoría y propiedad porque se comparten pero no se poseen, circulan, no son de nadie porque son de todos o cualquiera: la fotografía y sobre todo la post-fotografía como herramienta no tanto para mostrarnos al mundo -dice- como para señalar nuestro estar en el mundo. El enfoque retrata la realidad sélfica en la que Pablo Iglesias y los suyos se han instalado, esa que les lleva a colocar el selfi como argumento primero y último de su discurso, la misma que explica lo de convertir un minuto de silencio en munición fotográfica. El afán de notoriedad de Iglesias, con episodios como el protagonizado a raíz de la muerte de Rita Barberá, denota entre otras miserias agotamiento en el podemismo. Si vomitivo es culpar a la opinión pública, adversarios, jueces o medios de comunicación del infarto de la alcaldesa, no lo fue menos lo de Iglesias confirmando que no conoce límite en el uso-abuso de lo que sea con tal de llamar la atención. Un minuto de silencio no absuelve ni atenúa. Negarse a callar durante sesenta segundos no fue un síntoma de pulcritud sino de mala educación. Ignoran los suyos que el respeto no debe tener siglas, y que al ponérselas se sitúan en la más vieja de las políticas. Volviendo a Fontcuberta, el problema de Iglesias es que habita la imagen y la imagen lo habita. Su discurso sélfico resulta de lo más cansino.

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