El cuarto oscuro

Podemos celebrar felizmente el 3 de Mayo en Santa Cruz y los 530 años de su fundación, y puede Ayuso tener su parada militar y pasar revista a las tropas por el Dos de Mayo en Madrid, aunque Génova la deje sola. Pero hay otra vida política subyacente, que ahora es tema de conversación, cuyo ámbito no es la calle, sino la Red.

Sí, hay dos pistas de la realidad. Y en las dos vivimos. Y pronto habrá tres y quién sabe cuántas más en el futuro. Estos dos meses que hay por delante, mayo y junio, se definen por dos citas electorales: Cataluña y Europa. Y las redes sociales arden, puede pasar cualquier cosa, sobre todo, en el continente. En la semana en que Sánchez hizo un alto y pensó dimitir por los infundios que van de la web a las tribunas y los tribunales, como le ha pasado a su propia esposa, el CNI publica un informe de febrero sobre, precisamente, la desinformación en España, “un problema de gran envergadura para la democracia”. Los bulos sobre políticos, empresas y particulares se disparan gracias a la inteligencia artificial (se difunden seis veces más rápido que las noticias reales), según el documento de 76 páginas.

En ese cuarto oscuro se engendran los mayores riesgos digitales para la estabilidad del país, se desprende de este observatorio. Las campañas de descrédito usan bombas de racimo (las fake news), que hacen de España el tercer país con mayor polarización social por noticias falsas. Así que Sánchez no mentía, ni cuando este jueves, en el 145º aniversario del PSOE, pidió en Barcelona que el 12M los votos ganen a los bulos. Una campaña con guardafangos. En el mismo cuarto oscuro elaboraron PP y Vox sus iniciativas negacionistas contra la ley de memoria en tres autonomías, que los relatores de la ONU acaban de repudiar. El ministro Torres ya sabe por donde se pasa el PP en esas regiones a las huestes de António Guterres.

Basta escarbar un poco para ver que en la UE y en EE.UU. se aprecia en la desinformación la mayor amenaza para la salud democrática. Lo que debe sorprender es que aquí la oposición se haya mofado del presidente por ponerlo sobre la mesa. Los franceses ya lo habían bautizado hace tiempo: fachosphère. Y en España, el paisano Idafe Martín comenzó a utilizar en sus columnas de El País el término fachosfera. En esas trincheras, los youtubers de esta catadura suelen disfrazarse de colegas adolescentes y escupen una sarta de sandeces y patrañas contra migrantes, feminismo, progresismo o cambio climático, que calan en la prole con toques ultras.

En colegios e institutos se palpa una evidente pujanza conservadora fruto de ese proselitismo en los cenáculos digitales o seudomedios. En Europa se respira un auge de la extrema derecha en los sondeos sobre el 9 de junio. La futura Comisión Europea, gobernada de antiguo por un pacto histórico de derecha-izquierda, podría copiar el formato autonómico español de PP-Vox. El bulo es el armamento de esa guerra. De manera que Europa se enfrenta al peligro de perder junto a Ucrania la guerra ante Rusia, pero también de perder la guerra contra la invasión de la ultraderecha.

Un libro del mismo nombre publicado en Francia (La fachosphère, con un título más largo) sentenciaba que “la extrema derecha gana la batalla de la Red”. Chapó para ella y la derecha tradicional, que, al alimón, podrían merendarse la UE, tras 70 años de historia. La Fundación Heritage, la mayor factoría de ideas ultraconservadoras, ha editado un manual de 887 páginas, válido tanto para Trump como para Feijóo y afines, con lo que tienen que hacer para borrar cualquier rastro progresista. Téngase en cuenta que 2024 es un super año electoral, donde la mitad del planeta votará.

Cuando en los años 80 y 90 el felipismo encadenaba reelecciones era inevitable que surgiera un piquete político, financiero y mediático para tumbarlo como fuera. En la radio triunfaban las tertulias de Antonio Herrero, el barítono más influyente del coro de voces contra el PSOE. Hoy, Federico Jiménez Losantos hereda esa impronta de la España noir mediático-política. Solo cuando González naufragó en las urnas de 1996, después de trece años en el poder, cesó el fuego.

Nunca olvidaré el despacho en Madrid del abogado Antonio García-Trevijano, al que visité clandestinamente, al borde de la Transición, en los años tremebundos de la Platajunta, que se reunía en torno a aquella mesa alargada de metacrilato para saltar del franquismo al republicanismo atravesando la vía monárquica de Suárez con la espada de la ruptura. Trevijano, al final, me miró como si ya fuera presidente de su quimérica república:
-Usted sabe que vamos a ganar. Si no lo sabe, sépalo -dijo con la risa detrás del bigote.
Y hasta me quiso reclutar para sus filiales insulares, olvidando que era periodista y acababa de hacerle una entrevista.

Trevijano, cuando no Mario Conde, seguiría sonando, como el Guadiana, en tiempos de asedio a González. Con Aznar se calmaron las aguas de aquel apodado sindicato del crimen, que precede a esta fachosfera, y con Rajoy se fraguó la policía patriótica contra los enemigos políticos del PP.

En cuanto pisó la Moncloa Zapatero, en 2004, tras el 11-M, probó la medicina; hicieron burlas de las fotos de sus hijas góticas en la visita a Obama; casi le arrancan las cejas a ZP.

La dictadura creó una cultura, según la cual la derecha siente hacia el poder como un derecho de propiedad y considera que la izquierda se lo usurpa. Pasarán lustros hasta que nadie se crea dueño del gobierno en este país. A la derecha católica le incomodaba el matrimonio homosexual de Zapatero, como a la España cañí se le atraganta la amnistía de Sánchez al procés.

Sánchez debe repasar la hemeroteca. Conversar con González y Zapatero de lo que les une a los tres, que es ese karma de la Moncloa contra los poderes en la sombra.

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