Amor

Todo proceso de coaching comienza cuando pregunto a mi cliente qué quiere conseguir o su variante, qué necesita

“He aprendido que son los detalles cotidianos, los gestos de la gente corriente, los que mantienen el mal a raya. ¡Los actos sencillos de amor!” Estas bellas palabras las pronuncia Gandalf, el mago de “El señor de los anillos”, cuando la elfa Galadriel le pide explicaciones sobre su conducta en la maravillosa película “Un viaje inesperado”. ¡Qué bien supo Tolkien repartir sus perlas de sabiduría en la epopeya con la que se convirtió en uno de los autores más populares del mundo!

Todo proceso de coaching comienza cuando pregunto a mi cliente qué quiere conseguir o su variante, qué necesita. Inmediatamente después de que me conteste, le pregunto para qué quiere eso. Y sigo preguntando para qué unas cuatro o cinco veces hasta que su respuesta se vuelve trascendente y conecta a la persona con los valores primordiales de la vida, que por regla general tienen que ver con ser feliz y hacer felices a los demás. Lleva estas preguntas a tu propio caso: ¿para qué haces lo que haces? ¿Para qué quieres más salud, más belleza, más dinero, más diversión, más tiempo, mejor relación con tus seres queridos? ¿Para qué?

Lo curioso es que cuando consulto con otros compañeros coaches observan prácticamente lo mismo: bajo mil y un disfraces, los seres humanos estamos buscando amar y sentirnos amados. Es como si lo lleváramos grabado en nuestros genes, una huella atávica que da sentido a nuestras vidas.

En estos días navideños se nos invita a darnos permiso para amar, para desear lo mejor a nuestros congéneres, para reflexionar de qué forma podemos ser mejores personas. Y yo me pregunto qué nos impide vivir así durante todos los días del año, convencido de que con esos pequeños gestos de los que hablaba el personaje de Tolkien nos sería mucho más fácil conjurar el mal que hiere nuestro mundo.

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