por qué no me callo

La segunda investidura

El desenlace de la reflexión del presidente del Gobierno no era previsible. Hubo apuestas y, en el PP, anidó la esperanza de que se marchara de verdad. Habían dado con el Talón de Aquiles de Pedro Sánchez: su mujer. Es innegable el odio que Sánchez despierta en este partido. No es una mera cuestión ideológica; es producto de una frustración que durará décadas como estigma: el 23J.

Hubo que esperar al minuto 5 de una intervención que duró 8 a las puertas de La Moncloa para conocer el final de eso que Feijóo llamaba ayer “la película”, “la obra de teatro”. Y es cierto, la política es una representación. Sánchez tuvo la suerte o la habilidad de convertir un drama personal en una catarsis política. “El hombre es por naturaleza un animal político”, dijo Aristóteles cuando no podía estar pensando en Sánchez. Feijóo es también un animal político; en cualesquiera de sus versiones, el moderado caballero de la triste figura o el socio de Abascal, no hace otra cosa que fingir a conveniencia del personaje.

De manera que Sánchez ha vuelto, en lo que en la práctica se revela como una segunda investidura en tan corto plazo de tiempo, y lo hace, según estas palabras: “He decidido seguir, y seguir con más fuerza, si cabe, al frente del Gobierno de España”. Crisis cerrada. “Mi mujer y yo sabemos que esta campaña de descrédito no parará. Llevamos diez años sufriendo… Podemos con ella”. En síntesis, era un problema personal (de familia) y político (de poder), naturalmente. Ambas cuestiones no suelen tener encaje en la misma pista. Hasta esta jornada de reflexión de cuatro días, la política parecía no tener familia. Sánchez la ha rescatado y paralizó el país políticamente durante ese tiempo muerto en el período más veloz de la historia. Este hallazgo es tentador para los politólogos.

El caso español está resultando sugestivo y pedagógico. En mitad de la guerra en Europa y Oriente Medio, un político de izquierdas para el reloj y pone a su país a pensar “si merece la pena” gobernar bajo el fango y la difamación. Imaginé a Biden pidiéndole prestado el formato para dirimir sus diferencias con Trump, el padre de esta monstruosa criatura, la posverdad.

Sánchez dio en el clavo. El último Eurobarómetro refleja que el 90% de los españoles “desconfía” de los partidos políticos y siente un desapego del 70% (de los mayores de Europa) hacia los medios de comunicación, porque piensa que le engañan con noticias falsas. La democracia se pudre bajo bulos. Y la convivencia corre peligro con esta lujuria de broncas.

Desde Valdano no había vuelto a oír hablar de ”juego limpio”. Este debate será el tema estrella de Europa ante las elecciones del 9 de junio, pues se cuece una pinza a la española entre derecha y ultraderecha, y a Von der Leyen se le pondría cara de Feijóo. Lo inaudito es que los pactos PP-Vox que ya exporta la derecha española al Parlamento Europeo, como una marca nacional a imitar en el futuro gobierno de la UE, en España no suscite la más mínima preocupación ni en la derecha tradicional ni en exdirigentes de izquierdas que vegetan en la reserva. Ni mediática ni políticamente este déjà-vu le eriza la piel a un país que viene de donde viene y que inventó la Transición por tal motivo.

Ese “movimiento reaccionario mundial” al que aludía ayer Sánchez en su regreso a la política se abre paso a la chita callando. Pero a Alemania ya le asoma el bigotito, en Italia ya desenterraron al Duce y en España, ay, casi, casi. ¿Goza, por tanto, la democracia de su mejor momento de salud o alguien nos está distrayendo con bulos hinchables?

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