tribuna

Sherezade

Ignoro quién fue o quiénes fueron los autores de Las mil y una noches. Jorge Luis Borges escribió sobre esto y no me lo dejó claro. Admiro a Borges, pero nunca voy a escribir como él. Mi intención es la seducción y para eso hay que rebajar un poco el tono del lenguaje, sin perder la compostura, claro está.

Lo de Las mil y una noches me hace pensar en que los escritores debemos buscar una excusa para poder estar dando la tabarra todos los días. En este caso era Sherezade la que tenía que entretener al sultán, mantenerlo pendiente de sus historias para que no le cortara la cabeza. Cada uno de nosotros tiene a su Sherezade para conseguir apresar al lector y así establecer una relación casi de dependencia con él. No es fácil. Paco Umbral lo hacía con Pitita y un panadero; mi amigo Andrés Chávez saca recuerdos del archivo de su memoria y, de vez en cuando, recurre al mago y a su cuñado; Pedro J. a la Revolución Francesa y Manolo Vicent a la Malvarosa.

Todos tienen una constante en la que apoyarse para poder escribir todos los días de cosas diferentes y que parezca que lo están haciendo sobre lo mismo. Sherezade se me antoja una buena solución, pero es solo una trampa, porque el día que le fallen sus relatos ya no tendrá nada que decir, y el asunto de la literatura consiste en no parar, en no agotarse, en que los demás crean que eres un manantial inagotable. Cuando un escritor deja de mostrar lo que hace pasa inmediatamente al territorio del olvido.

Le pasará igual que a esos políticos que dejan de salir en la tele y ya nadie se acuerda de ellos, como si nunca hubieran existido, pese a que se empeñen en rellenar las páginas de Wikipedia. Pero no crean que esto es exactamente así. Escribir no es solo una técnica de comunicación, también es una terapia personal, un ejercicio para conservar la cabeza activa y en su sitio. Todos los escritores escribieron cartas y diarios, como un entrenamiento para que no se detuviera el impulso de su creatividad. En estas recopilaciones están las auténticas muestras del estilo que se va depurando día a día.

Ahora ando leyendo la correspondencia de Flaubert y los diarios de André Gide y de los hermanos Goncourt. Me encanta la literatura francesa, igual que a Vargas Llosa. Veo el compromiso de narrar cada día la cotidianeidad de lo que les ocurre, pero siempre depurando el tapiz que se teje palabra a palabra. Yo cuento lo que se me viene a la imaginación. A veces es un relato insulso y en ocasiones una reflexión sobre los acontecimientos absurdos de la política. Esto entraña su riesgo, ya lo sé, porque en la dicotomía en la que vivimos, o agradas a unos o irritas a los otros. Así que hay que estar haciendo equilibrios con el lenguaje para evitar que te excluyan y te metan en la bolsa de la basura. Siempre tendremos a la ironía como arma defensiva, o la alternativa de navegar por los mares en calma de la desinhibición.

Perdónenme aquellos a los que no les gusta lo que hago. Solo tengo una cita diaria con el folio en blanco donde el lector es una pieza imprescindible, se solace o se irrite qué más da, lo importante es que llegue al final de lo escrito. Una buena parte del periodismo se basa en eso. Lo más difícil es alcanzar que te lean, luego comprobarás cuántos de ellos están de acuerdo y cuántos no. El mundo está dividido así, es inevitable.

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