El mal (hijo) de Trump

La madre de Trump era, por lo visto, una criada inmigrante, natural de una isla escocesa, que en los años 30 cruzó el charco, como decimos los canarios con uno de esos tropos inexactos de la imaginación, y se puso a fregar suelos en las casas de los ricos de la opulenta Nueva York

La madre de Trump era, por lo visto, una criada inmigrante, natural de una isla escocesa, que en los años 30 cruzó el charco, como decimos los canarios con uno de esos tropos inexactos de la imaginación, y se puso a fregar suelos en las casas de los ricos de la opulenta Nueva York, hasta que conoció a su príncipe, de origen alemán, y se casó con el oro del ladrillo, para traer al mundo, entre otros, a este hijo de… la América prepotente que, con Obama deshaciendo la leyenda negra, habíamos empezado a querer. El hijo de Mary Anne (MacLeod) Trump, conocido paladín de las mentiras más exitosas de la historia, suplanta ese pasado, no se reconoce en él, y en el cuento de su sueño americano dice que mamá conoció a papá durante un viaje de vacaciones. Ayer, en la marcha de las mujeres contra el dictador salido de las urnas (digamos por ello Estad@s Unidos), iba el espíritu de esa mujer inmigrante que lo parió.

Trump nace de una mujer humilde de la Gran Depresión y se hace presidente tras la Crisis. Es un prototipo de tiempos convulsos. La última piedra que se desprende y escacha a todo el mundo. Pero lo malo, dice el papa, es que se crea un Salvador. Después del tándem progresista de Obama y Francisco, llega este endiosado de ultraderecha a llevar la contraria. Cuando el imperio se caía a pedazos en los años 30 y el mundo era un patio de gente enloquecida corriendo en todas las direcciones en busca de un mendrugo de pan, la madre de Trump, 17 años, era una de aquellas adolescentes despavoridas que llegaron a los Estados Unidos a empezar desde abajo, de rodillas, borrando las pisadas de la crisis con un paño entre las manos. Manos de mujer joven sacando brillo a la Torre de Trump, bajo la mirada libidinosa de este saco de instintos, que imita al abuelo -otro emigrante- magnate de burdeles de alto standing. El gran prostíbulo del mundo es la política y el poder, donde los valores se prostituyen desde el minuto uno. Donald Trump lleva unas horas presidiendo la primera potencia y no se ha arrepentido de ninguna de sus ocurrencias temerarias. Llega a la Casa Blanca como un elefante en cacharrería, pero en realidad no se ha bajado del burro. Viene de donde viene, con los ancestros de su progenie. Y reniega de ellos, como el nuevo rico que olvida su origen plebeyo: borra su pasado, como si limpiara las huellas en el suelo de quien le trajo al mundo que ahora gobierna.
Entre unas miserias y otras, están los aires de grandeza, finalmente, sentados en el trono. El hecho es que el vellocino de oro ya manda y dispensa sus primeros decretos rencorosos. Si la crisis terminó (2007-2017), Trump es la consecuencia y el fruto del día después. El nuevo mundo que sale de las cenizas del horror económico se enfrenta al miedo de un milenio que parece llevar la contraria al hombre. Tememos al yihadismo y a Trump. ¡Por todos los santos! Es como si, de pronto, el fin del mundo sucediera en un plano virtual y el desenlace fuera otro mundo sin deidades, gobernado exclusivamente por demonios.

Veníamos de creernos cada asignatura del buen hacer y el bien común. Pero la nueva era parece contrahecha de todo lo contrario de lo anterior. Este megalómano leonado que se reivindica como líder de la antiglobalización no tiene nada que ver con los cuarenta mil activistas de la batalla de Seattle, que uno recuerda enfrentados ferozmente a la policía contra una cumbre de un organismo internacional. Ni es sucesor de todas las broncas anticapitalistas habidas contra la hegemonía de las multinacionales. Este Trump es un jeta que usurpa a la ultraizquierda su discurso de la calle y lo mezcla con herética idiotez al machismo, racismo y fulanismo de su verdadera ideología macarra. Durante la campaña electoral, en Iowa, se le escapó aquel titular -tan propio de su acólito Duterte-: “Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente y no perdería votantes”. Cierto que todas las teorías del marketing y la comunicación han quedado obsoletas desde el 8 de noviembre en que el pueblo americano eligió presidente al más zoquete en estas materias. De ahí que lo ocurrido me lleva a pensar que es la crisis la verdadera madre de Trump y no aquella pobre mujer escocesa que fregaba pisos en Nueva York sin sospechar, hace más de ochenta años, que un hijo suyo sería presidente de los Estados Unidos para nuestra maldición y desgracia.

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