Qué nervios

Con los años, me he vuelto un cobarde. Tengo que dejar de sufrir en los partidos de fútbol. En los tiempos de Javier Pérez, que era mi amigo, también me alteraba con los partidos del Tete, pero no cerraba los ojos en los córners en contra, como ahora con el Madrid. Cuando Antonio Mata marcó aquel gol en Copenhague, contra el Brondby, que nos daba el paso a semifinales, y que perdimos con el Schalke 04, cogí en peso a Javier, tras el partido, ante las risas de Juan Padrón y de Ángel Villar, que asistían al encuentro. Ayer saludé a Víctor Pérez Borrego, director general actual del Tete, a quien tengo que entrevistar para este periódico; y me acordé de aquellos partidos de la Copa de la UEFA, que disfrutamos unos cuantos privilegiados: Roma, Copenhague. Qué bonitos recuerdos en el palco del estadio Rodríguez López, donde yo tenía una silla permanente detrás de Javier y donde uno no podía gritar. Hoy me ocurre con el Madrid. Yo vi sufrir a Ramón Mendoza y a su familia, en ese mismo palco, cuando arrebatamos las ligas al Madrid. Del final de una de ellas tengo una foto fija: la mujer de Mendoza lloraba. El fútbol es tremendamente cruel. Anteayer, cuando marcó el Nápoles, me llevé un tremendo disgusto. Y me propuse serenarme y no sufrir. Empató el Madrid y ganó 3-1; y encarriló la eliminatoria -o eso creo-. Y el Madrid se dedicó a tomarse las cosas con calma. Y yo no podía. Pero el fútbol es un deporte maravilloso, en el que puede ganar -que no es el caso- incluso el más malo. Disfruté cuando el PSG le metió cuatro al Barça, más que nada porque me acordé de la cara que estaría poniendo Vicentito Álvarez Gil, que es el culé más recalcitrante que conozco. Pues claro que me alegro cuando pierde el Barça. Qué nervios, Dios.

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