Tenerife, territorio para los prodigios y el milagro

En el marco señalado de la Semana Santa, el DIARIO repasa algunos de los hechos y objetos más notables de la Isla etiquetados como prodigiosos o ‘tocados’ por la divinidad
Óleo de San Juan Evangelista de la Iglesia de la Concepción, La Laguna | DA

Por JOSÉ GREGORIO GONZÁLEZ/Santa Cruz de Tenerife

Lo potencialmente prodigioso, así como los acontecimientos etiquetados en Canarias como milagrosos no son patrimonio exclusivo de Tenerife. Sin embargo, la realidad es que en la Isla destacan por su cantidad y diversidad, así como por lo anecdótico y sorprendente que resultan. A continuación repasamos los episodios más notables que rodean a ciertos objetos que parecen tocados por la divinidad. Podemos creer o no en sus respectivas historias, pero la realidad es que están ahí, formando parte de nuestro devenir, de la tradición y creencias que abrazaron las generaciones que nos precedieron. Hoy el sentido común y la ciencia nos invitarían a despojarlos de cualquier hálito de misterio y sobrenaturalidad, pero las coordenadas en las que siempre se ha movido lo prodigioso poco parecen tener que ver con ese tipo de razón que sólo admite como real aquello que no nos incomoda. Personalmente, me siento fascinado por este tipo de historias, por la manera en la que fueron narradas e interpretadas en su tiempo, y por las consecuencias que pudieron llegar a tener. Llevo décadas tras la pista de estos y otros incidentes potencialmente misteriosos ocurridos por toda Canarias. Pero he de reconocer que es en éste ámbito de lo religioso donde más abundan y donde los hechos inexplicables cristalizan en objetos perdurables que todavía hoy podemos contemplar.

EL ARCÓN VOLADOR DE LA BASÍLICA

El arcón volador de la basílica de Candelaria | DA
El arcón volador de la basílica de Candelaria | DA

Muy poca gente recuerda, y la mayoría nunca lo supo, que Nuestra Señora la Virgen de Candelaria tiene un baúl mágico, un arcón que protagonizó uno de los más singulares prodigios, por no decir el más extraño de todos, del largo inventario de milagros atribuidos a la Patrona de Canarias. Hablamos del baúl, cofre o Caja del Moro, que se conserva a la vista de todos en el Museo de Arte Sacro de la Basílica, aunque sin leyenda alguna que permita identificarlo. En apariencia no tiene nada extraño. Se trata de una pieza de madera con herrería metálica, de la que Rodríguez Moure haciéndose eco de la tradición llegó a decir que estaba hecha con una madera desconocida e incorruptible. En su interior atesora unos viejos grilletes metálicos asociados a la propia leyenda. ¿Qué lo convierte en excepcional? Pues ni más ni menos que estamos ante un arcón volador. La leyenda cuenta que un vecino de Candelaria fue capturado en la costa africana y puesto al servicio de un señor de aquellas tierras. Desolado tras años de cautiverio se mostró especialmente triste en las vísperas de las fiestas de su Virgen, manifestando su anhelo de que aquella algún día lo liberara de su cautiverio. Su amo moro, temiendo que pudiera fugarse su apreciado sirviente, lo encerró con unos grilletes en el interior del arca, recostándose sobre la misma para asegurarse que no intentaría huir. Al día siguiente, milagrosamente, despertaron en las costas de Candelaria, un prodigio que se completó con la conversión a la fe cristiana del infiel y su consiguiente entrega de por vida al servicio del que fue su esclavo. La caja voladora sigue allí acunando una historia que no debería perderse.

LOS SUDORES DE SAN JUAN

Óleo de San Juan Evangelista de la Iglesia de la Concepción, La Laguna | DA
Óleo de San Juan Evangelista de la Iglesia de la Concepción, La Laguna | DA

El óleo de San Juan Evangelista, expuesto en marco de plata en la nave del Evangelio en la Iglesia de La Concepción de La Laguna es, con diferencia, el objeto prodigioso más famoso de cuantos protagonizan éstas páginas. No puede decirse que esta pequeña pintura obra de Cristóbal Ramírez, que muestra el busto del evangelista con su águila totémica en segundo plano, sea una joya del arte canario. Su valor esencial radica en los cuarenta días de sudor milagroso que protagonizó desde la mañana del 5 de mayo de 1648, cuando fueron descubiertas las primeras gotas. La fecha no es casual, pues es la víspera de la celebración eclesiástica de su martirio, ni tampoco parece casual el momento, pues la Isla de encontraba amenazada por una nueva epidemia de peste.
Los testigos del portento fueron numerosos y varios los peritajes que intentaron explicar sin éxito las causas de aquellas gotas que emergían, al parecer de forma exclusiva, en el rostro de San Juan. El cuadro era secado una y otras vez y el prodigio de las gotas de sudor brillante volvía a reproducirse. Las moscas caían muertas en cuanto se acercaban al cuadro y los vecinos acudían en masa en busca de algodones empapados en la exudación milagrosa buscando con ello la curación de sus dolencias. Se llegó a instaurar una fiesta en su honor y hasta una cofradía, la Esclavitud de San Juan Evangelista.

José de Viera y Clavijo, al hablar del portento, propuso que la clave podía estar en una reacción química del mercurio presente en la pintura bermellón del rostro, idea que evitamos valorar pero que en el conjunto de los hechos añade un plus de singularidad al episodio descrito. A los cuarenta días el prodigio cesó y no ha vuelto a repetirse, un comportamiento caprichoso en este tipo de portentos.

EL MILAGRO DEL PILAR, EN PASO ALTO

Cuadro del Cristo de Paso Alto | DA
Cuadro del Cristo de Paso Alto | DA

Uno de los mayores y más discutidos portentos atribuidos a la Virgen del Pilar es el llamado “milagro de las bombas”, ocurrido en la madrugada del 3 de agosto de 1936. Tres bombas fueron lanzadas desde un Fokker contra el templo santacrucero sin llegar a explotar, algo que unos atribuyen a la protección divina y otros a la escasa altura a la que volaba el avión. Sin embargo, ¿qué pensará el lector al saber que en Tenerife ya se había dado ese portento nada menos que 139 años antes, en la noche del 24 de julio de 1797? Pues así fue, y no en una noche cualquiera, sino nada más y nada menos que en la del famoso ataque de Horacio Nelson a Santa Cruz de Tenerife. El protagonista en cuestión es un óleo de Juan de Mirada de unos 3 metros de altura en el que está representado un Crucificado acompañado por la Virgen y San Juan Evangelista. Hoy se exhibe en el Museo Militar de Almeida pero la noche de autos se encontraba en la capilla del Castillo de Paso Alto. Los ingleses lanzaron 41 bombas sobre la fortificación de las que solo una cayó sobre la cocina y otra en la capilla, fragmentándose a los pies del cuadro en seis trozos. No hubo daños de ningún tipo y aquello fue interpretado como un signo de protección celestial, aumentando la devoción a ese Cristo y su consideración como protector de la ciudad.

EL CRISTO DEL SUDOR

Cristo del Sudor, de Icod de los Vinos | DA
Cristo del Sudor, de Icod de los Vinos | DA

Ocurrió el 13 de junio de 1743, pasado el mediodía. Un creciente murmullo se fue extendiendo como el fuego por un reguero de buena pólvora por las añejas calles icodenses. Algo inusual estaba pasando en la casa de doña Francisca Luis. Los rumores a cerca de que pudiera tratarse de algún percance ocurrido en las Américas a su marido, Nicolás López, pronto se disiparon. El misterio estaba en un pequeño crucificado que inesperadamente se había puesto a sudar de forma sobrenatural, verificando el prodigio de forma minuciosa para clérigos y contemplándolo con asombro incontables vecinos. La pieza propiedad de la familia fue trasladada a la iglesia de San Marcos, en cuya sacristía se conserva desde entonces, siendo tradición por mucho tiempo el ser mostrado el pequeño crucificado a la feligresía al menos una vez al año.

NUESTRA SEÑORA MUTANTE DEL PATROCINIO

 

Fue por mediación del historiador José María Mesa que descubrimos la espectacular sudoración milagrosa que rodea este cuadro mutante, una obra que comenzó siendo una Inmaculada Concepción y que terminó convirtiéndose en Nuestra Señora del Patrocinio, aunque esa es otra historia. Estamos ante un óleo pintado hacia el 1669 o 1670 por José Núñez. Se conserva en la iglesia de Santa Catalina Mártir, de Tacoronte, e incorpora una leyenda sobre su propio portento. Al parecer, el 11 de noviembre de 1685 sudó milagrosamente desde primera hora de la mañana en la casa del matrimonio formado por el alférez Ángel Pérez Rafael y Ángela Perera, vecinos de Tacoronte. Tal y como revelan los documentos notariales de la época el cuadro sudaba sólo por manos y rostro, y tras hacerlo en presencia del matrimonio otros testigos se sumarían al elenco de privilegiados: el sacerdote Juan Pérez, el fraile Agustín de San Jerónimo y por último el escribano público de número, Nicolás Fernández Fonte del Castillo, que secó la pieza hasta diez veces, sin que el fenómeno dejara de repetirse. La investigación incluyó la consulta a cuatro pintores, que descartaron todas las causas naturales, tras lo cual el 5 de diciembre de 1685 el obispo Bartolomé García Jiménez se pronunció con prudencia, permitiendo el culto. La pieza, que experimentó transformaciones en su aspecto, puede ser contemplada en el citado templo, aunque ya son muy pocos los que recuerdan su historia.

EL SEÑOR DE SANTA CRUZ

Imagen Procesional del Señor de Santa Cruz o de las Tribulaciones | DA
Imagen Procesional del Señor de Santa Cruz o de las Tribulaciones | DA

La última pieza que destacamos cobra un protagonismo muy especial en la capital tinerfeña precisamente en estos días. Nos referimos al Cristo de las Tribulaciones, que procesiona de forma especial el Martes Santo y en compañía de otras imágenes el Viernes Santo. En 2011 y por acuerdo plenario se cumplió con un voto histórico otorgándole el título de Señor de Santa Cruz, en gratitud por haber detenido de forma milagrosa una epidemia de cólera en 1893. De hecho, la larga procesión del Martes Santo por el barrio de El Toscal llega justo hasta el lugar en el que, según la tradición, se detuvo milagrosamente la epidemia, en la calle que lleva su nombre. Sin embargo, este busto de pasta de maíz que se conserva en la iglesia de San Francisco de Asís ya contaba un siglo antes una historia milagrera más íntima. Ocurrió en 1795 cuando José de Carta solicitó que la imagen fuera trasladada a su casa para interceder en la enfermedad de su esposa María Nicolasa Eduardo. La mujer se recuperó mientras gotas de milagroso sudor brotaban de su rostro.

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