por qué no me callo

La encuesta de las vergüenzas

Todo apunta a que este curso parlamentario, que hoy arranca con el pleno de las vergüenzas, estará marcado por el signo de lo políticamente tóxico

Todo apunta a que este curso parlamentario, que hoy arranca con el pleno de las vergüenzas, estará marcado por el signo de lo políticamente tóxico. La naturaleza de los asuntos -las cianobacterias no resultaron un episodio tan pasajero y han enlazado con el período de sesiones- es inequívocamente ese; la asignatura medioambiental vuelve a estar bajo los focos y es un axioma de sobra contrastado que la ciudadanía salta como un resorte cuando le tocan los telenguendengues con esta materia. La gente se volvió insensible a otras podredumbres; llegó a transigir con el corrupto indecente que le daba pan. Gemía como un desalmado en las barras de los bares con la prepotencia con que habla de fútbol o comenta de política internacional sin venir a cuento, pero después se le pasaba el cabreo y si tenía el estómago contento votaba al candidato inmoral por costumbre o por el facineroso que muchos llevan dentro con disimulo. Ahora los sondeos son demoledores (lean el de hoy). Las microalgas ya se cobran víctimas políticas en un tiempo récord, una especie de castigo exprés, y es solo el síntoma de lo que digo. El curso comienza marcado por esta deriva, como un barco que se hace a la mar y ya sabe que no tiene otro rumbo posible que el que le viene dado por la tormenta.

En este interín veraniego sin sesiones parlamentarias irrumpieron en la vía (y en la vida) pública voces procedentes de las redes sociales que agitaban la marea con su impronta de noticias clandestinas. Ahora que los plenos vuelven al hemiciclo, se produce una cosa curiosa: la calle y el Parlamento, que rara vez estaban de acuerdo, ponen los relojes en hora y tratan de entablar una sintonía para los meses de fricción que prometen ser entretenidos.

La legislatura va a tener este karma. Verán correr a las administraciones licitando obras de infraestructura para el llamado ciclo integral del agua, como nunca antes. Son esas inversiones desagradecidas que no se ven, de conducciones bajo tierra y depósitos recónditos, que a los políticos les entusiasmó siempre bien poco, convencidos de que no dan votos y en su caso va en el hábito lo clientelar, la farola y los bancos de la plaza con fondos del Fdcan. En esta redefinición del pulso político entra, por tanto, en escena la calle. Que hacía tiempo que estaba en reposo; quizá la última vez que se dio por enterada fue cuando el pandemónium del petróleo. Y que ahora encuentra el pretexto en la orilla, en la cianobacteria descompuesta, que es el excremento de la política que hiede. Lean la encuesta.

Solo el empecinamiento de las autoridades, que reclutan científicos afines (no se pierdan los artículos de Carlos Elías, catedrático de la Carlos III, sobre el bloom de la ciencia de parte y la agnotología, o producción de ignorancia con informes apesebrados), logra exacerbar los ánimos de las redes. Incluso, la sobreactuación de adeptos y escribas leales a los cargos institucionales de la isla provoca una repugnancia lógica en la sociedad descreída, que esta vez se ha visto implicada en los hechos, pues la autoridad ha optado por culpar directamente a los ciudadanos (y a los pocos medios receptivos al problema: nos llaman sensacionalistas algunos y algunas teóricos del Gobierno) de mentir. Este espasmo es un fenómeno político inédito: la reacción institucional en la crisis de las microalgas y los vertidos no ha ahorrado en desatinos. Primero, escondió la cabeza como el avestruz. Después, en vista de que la inmundicia crecía como una bola de nieve, optó por sacar pecho y devolver el golpe a la calle: ustedes son los que mienten, le dijo a la grada enfurecida. El político local se ha enredado de tal modo en un bucle endemoniado. Y en esas llegó la encuesta.

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