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Siempre el Puerto

Confieso que me quedé gratamente sorprendido el viernes/noche, dando una vuelta, a última hora de la tarde, por el Puerto de la Cruz

Confieso que me quedé gratamente sorprendido el viernes/noche, dando una vuelta, a última hora de la tarde, por el Puerto de la Cruz. Estaba todo lleno de gente: restaurantes, bares, tiendas; el paseo de San Telmo era un hervidero, con música en vivo en la Punta del Viento. Y música buena. Reconozco que el Puerto de la Cruz ha resucitado de sus cenizas y a los del audiovisual del Consorcio, el que se proyecta en su pantalla que da a la calle Zamora, les comento que decir “de Puerto de la Cruz” es un godismo y una mala costumbre. Hay que poner “del Puerto de la Cruz”.

Aquí siempre llega un godo y se hace dueño de nuestros destinos, incluso de nuestra forma de hablar. A ver si aprenden, coño, y no se venden al enemigo. No me hagan repetir que hay godos y peninsulares, porque entonces largo que los peninsulares son los portugueses. Bueno, vuelvo al Puerto. El pueblo estaba precioso, la Plaza del Charco llena de gente, desde el Hannen a La Compostelana. ¡Había cola hasta en la farmacia 24 horas, a donde fui a comprar Paracetamol! Mandé el Paracetamol al carajo porque yo no estoy diez minutos de pie sino para entrar al Bernabéu, que es un santuario. Se están abriendo tiendas nuevas, aunque no de calidad -no hay ni una sola que valga la pena- y parece que noto una cierta alegría económica, pero tampoco para echar las campanas al vuelo. Me gustó mi pueblo, el viernes por la noche, y ahora voy a pasar mucho más tiempo disfrutando de él. Es como un regreso al pasado; incluso me encuentro a mis novias, hoy abuelas, con sus hijas, ya talluditas, y sus nietas. Lo dijo Campoamor: “Las hijas de las madres que amé tanto/hoy me besan como si fuera un santo”.

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