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Suspenso en Geografía

No era el siglo XIX, ni siquiera la mitad del XX. Este último ya había doblado su ecuador cuando ocurrió lo que voy a contar

No era el siglo XIX, ni siquiera la mitad del XX. Este último ya había doblado su ecuador cuando ocurrió lo que voy a contar.

Por causas que no van al caso y que no voy a descubrir, a mitad de los años cincuenta del siglo pasado llegué a un lugar de Marruecos como médico militar. Era teniente.

Quisiera dejar claro, desde el principio, que siempre me llevé bien con los militares que me tocaron en suerte e incluso podría decir que aún sigo teniendo muy buenos amigos entre ellos. Así pues, no consideren esta anécdota, más de lo que es, una simple anécdota

Tras una serie de hechos de los que tampoco voy decir cosa alguna, pues no intervienen en lo que pasó después, terminé en un puerto de mar, mirando al mismo océano que tenía a pocos metros de mi casa natal en Tenerife, lugar desde donde había partido a ese destino norteafricano.

Según el Boletín del Ministerio, me daban, creo recordar, algo así como quince días para presentarme en mi puesto, pero como siempre he sido una persona un tanto maniática en cuestiones de puntualidad, por si surgía algún problema inesperado, un incidente u otra causa de retraso, preferí embarcar lo antes posible para que así no ocurrieran posibles vicisitudes.

Bien, ya estaba en la población donde se situaba el regimiento en el que estaba destinado. Con el traje correspondiente, con guantes y el espadín en la cintura me presenté, respetuosamente, saludando creo que correctamente, a mi superior. Aclaro, por si no lo saben, que los jefes de un regimiento son los coroneles aunque en este caso estaba al mando un teniente coronel, pues el superior estaba de vacaciones.

Casi sin dejarme terminar de explicar quién era y que llegaba allí para ponerme a sus órdenes, me espeta: “No sé si mandarle a un castillo o Sala de Banderas, arrestado por llegar tarde a su destino”. Intenté explicarle que a mí me parecía incluso que había cumplido y con creces, pues aún no se había agotado el plazo que señalaba el Boletín Oficial.

Mi superior me mira fijamente y continúa: “¿Me va usted a decir que ha tardado tanto porque viene de las Islas Canarias. Mire, a mi no me va usted a engañar, pues hace dos días llegó el nuevo capitán, que viene de Palma de Mallorca, que queda más arriba que ustedes, y tardó mucho menos”.

Caí en la cuenta. Los antiguos mapas (alguno existían en mi colegio de bachillerato, colocaban a las Islas Canarias en un recuadro, bajo las Baleares, en el Mediterráneo). Pero me callé. Pedí humildemente perdón y, finalmente comentó: “Como el coronel llega mañana, él decidirá”.

Llegó el coronel, un hombre afable con el que me llegué a llevar muy bien y no se habló más del asunto.

Luego ocurrió la Independencia de Marruecos, pasé a ayudante del cirujano en un Hospital Militar y continué mi periplo por aquellos lugares, tratando a superiores y subordinados, encontrando siempre buena educación, compañerismo y respeto.

No volví a ver al teniente coronel que me recibió en mi entrada al mundo militar.

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