por qué no me callo

El show de Truman

La vida política -a menudo poblada de canonjías y enchufes varios- ha corrido la misma suerte que la farándula y el teatro en todas sus acepciones

La vida política -a menudo poblada de canonjías y enchufes varios- ha corrido la misma suerte que la farándula y el teatro en todas sus acepciones. Se abre la temporada con cualquier espectáculo y a lo largo del curso sus señorías protagonizan múltiples altercados, a sabiendas de que la taquilla depende del ruido que se haga en los medios y de los zascas que se prodiguen en las redes. Este año dará mucho que hablar por eso, por su carácter preelectoral. Ayer, el Parlamento canario decidió suspender las clases -el pleno extraordinario- por las cuatro gotas y el granizo. La imagen de los escolares cruzando el paso de peatones a cubierto de los adultos que enarbolaban paraguas cargados de mochilas como porteadores, contrastaba con el absentismo parlamentario. En mitad del debate sobre el coste del escaño, el de ayer era un día para dar ejemplo, y, visto lo visto, se volvió en contra de la buena imagen que demanda esa institución, siempre expuesta a cabildeos y comentarios interesados que deforman su utilidad social. Porque la democracia no es ninguna broma, y nuestro deber es velar por ella como velamos por nuestra salud acudiendo a médicos y terapeutas. Hará bien el Parlamento en hacer acto de contrición y propósito de enmienda, para cuando venga la próxima tormenta, o la tormenta se le volverá una vez más en contra, pues ya tiene bastante con la tormenta política, que es parte del guion.

Hay países que viven cómodamente instalados en la tormenta política. Venezuela es un ejemplo de manual. Maduro es un presidente en el vórtice del huracán que gobierna como si el barco nunca se fuera a hundir bajo los embates del ciclón. Esa modalidad de ciclogénesis política suele salirle rentable a más de un caradura investido de líder político bajo el vendaval de turno. Hoy mismo, Cataluña es el teatro mediático del paradigma escénico en que se transformó la política. Lo que este culebrón está dando de sí anticipa una dramaturgia que el propio Boadella apadrina desde el instante en que salió en público a proclamarse presidente de Tabarnia en el exilio de los dominios del procés.

Los parlamentos están sometidos a tormentas sin precedentes. Da igual el clima, todo es política. Y el clima político de España es de continua perturbación. No hay cámara sin trifulca ni meneo. El género ha derivado hacia las reglas del plató y el diputado se comporta como un tertuliano, a sabiendas de que el mensaje es la salida de tono, la boutade.

La investidura online podría haber sido un chiste, pero hoy ya es una opción encarnada en la figura de Puigdemont, que la sostuvo hasta última hora como un empecinado. Mañana, una vez abierta la espita, cualquier diputado puede ingeniárselas y hacer un Puigdemont con la primera ocurrencia. Está abierta la veda para que cada cual haga el numerito que le plazca. Una vez desacreditada la política como espejo de buena conducta cívica y erigida en caricatura de sí misma y declinación friki, lo más probable es que nos vayamos encontrando en lo sucesivo con continuas escenas y expresiones que alimenten la sospecha de que, a base de tanto reality en las venas, nos hemos trasmutado en personajes de un gran show. En aquella película de la era traumática del Gran Hermano, El show de Truman, el personaje de Jim Carrey luchaba para salir de Seahaven, pero el productor ejecutivo del programa de televisión, en el que vivía ajeno al fake el protagonista, movía todos los hilos para evitarlo, hasta el punto de maquinar la muerte de su padre en una tormenta. Aquí cabría preguntarse si la tormenta no haya sido una coartada de quienes querían aplazar el pleno y ganar tiempo, precisamente, para evitar cierta indisciplina de voto contra las vocales de la televisión.

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