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La guerra de los sexos

Siempre he estado en contra de quienes leen la vida como un conflicto de sexos. En la teoría marxista la historia se movía como consecuencia de la lucha de clases sociales

Siempre he estado en contra de quienes leen la vida como un conflicto de sexos. En la teoría marxista la historia se movía como consecuencia de la lucha de clases sociales. No creo que pueda moverse por la lucha de sexos. Valga por delante, para entender el desarrollo de este texto, mi rotunda oposición a toda clase de violencia, agresión o abuso, de acción u omisión de los sexos entre sí. La Antropología del homo presenta dos individuos sexuados con elevado diformismo fenotípico y una singular herencia, producto de sociedades cazadoras-recolectoras. Donde el sexo es un poderoso y violento mecanismo dirigido a perpetuar la especie. El modelo de familia patriarcal, soporte de la organización de las sociedades occidentales, “grecorromana-cristiana”, ha sufrido la evolución propia de los tiempos.
Ya en esta columna teorizamos sobre lo que llamamos familia vertical, intentando comprender su actual constructo social, que entendemos ligada al ámbito civil estable de parentesco con afinidad económica y emocional, en cuyo entorno incluso el sexo y el amor romántico pueden estar hoy externalizados. La no aceptación de este cambio produce violencia. Movimientos actuales de nuestra sociedad globalizada y líquida ponen el tema de actualidad. El último más mediático el Metoo, donde el feminismo americano se revela contra la sociedad machista tradicional, que en el mundo del cine ha producido los abusos conocidos. No parece posible entender el nivel de machismo, denunciado 20 años después, sin que haya sido acompañado de relaciones consentidas, cambiando sexo por favores. Lo opuesto de quienes defendemos el progreso del género soportado en los propios méritos. No quita ello la violencia ejercida, normalmente por ellos, y donde la mujer siempre lleva la peor parte.

La historia de la ONG del Presidents Club, en su último acto social en el Dorchester de Londres, en una cena con fines benéficos, para 360 machos alfa con poder, política y dinero reconcentrado y 136 chicas al servicio. Acabó con el cierre de la ONG y la dimisión de algunos. Un ejemplo de la sociedad inglesa fuera de tiempo, como en el brexit. Políticamente imposible. No podemos sin embargo confundirnos banalizando la situación de las funciones sociales, personales y sexuales. No aceptando el hecho humano en toda su complejidad. Actuar bajo el equilibrio de libertad y responsabilidad. En una sociedad mediática que debe razonar el derecho al honor y la intimidad, con la libertad de expresión. Con un Estado cada vez más intervencionista, ocupando la libertad que le cedemos por no querer ser responsables.

Parece por ello correcta la negativa de la RAE a no cambiar la acepción de mujer fácil. O la del piropo, como “dicho breve con el que se pondera la belleza de la mujer”, y que otros entienden como “forma de violencia de género socialmente aceptada”. En el mundo del arte, me niego a la censura de la Lolita de Nabokov. A censurar los textos antisemitas de Louis Céline y contra las 9.000 personas que en Nueva York pretenden censurar la pintura de Balthus. Contra quienes no quieren entender temas tabú, como la sexualidad infantil y la pedofilia, y con ello su compleja situación en una sociedad con valores. Contra el adanismo vigente. La guerra de los sexos también es la falsa fachada de otros conflictos familiares, políticos, económicos y de modelo social, como ya vimos de cerca en la Expo Misógina de TEA, en Tenerife el pasado septiembre. El último invento, el contrato del amor para poder mantener relaciones sexuales consentidas, es otro despropósito de los tiempos. Debemos pedir madurez. Yo también.

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