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Puerto Madero

No sé si ustedes habrán oído hablar de Puerto Madero, que fue un viejo recinto portuario de Buenos Aires, hoy transformado en una zona residencial increíblemente bella, en donde está el hotel Faena

No sé si ustedes habrán oído hablar de Puerto Madero, que fue un viejo recinto portuario de Buenos Aires, hoy transformado en una zona residencial increíblemente bella, en donde está el hotel Faena. Este hotel es obra del arquitecto del mismo nombre, construido sobre un galpón y decorado por ese genio llamado Philippe Starck. A mí me enamoró este hotel, con todo su minimalismo y su elegancia, aunque yo en Buenos Aires me he alojado en varios grandes hoteles, como por ejemplo el Palacio Duhau y el César Park. He estado varias veces en esta ciudad, creo que seis, y siempre dije que Buenos Aires podría ser París o Londres y que sus mercadillos del barrio de San Telmo para mí, inveterado coleccionista, me parecen un paraíso. No sé por qué escribo hoy de Buenos Aires, sin motivo aparente, pero tengo muchos recuerdos de esta ciudad, entre ellos primeras ediciones de Azorín que jamás hubiera encontrado en España. También un póster de cuando el Real Madrid conquistó su primera Copa de Europa y otras reliquias del pasado que guardo como lo que son: tesoros; a lo mejor tesoros sólo para mí, pero eso no desvirtúa su valor. Las mejores antigüedades del mundo se encuentran en Buenos Aires, en los mercadillos y en los anticuarios. Allí dejé pasar la oportunidad de mi vida: comprar, por cuatro perras, un manuscrito de García Márquez. Menos mal que me pude traer las obras completas de Emilio Zola, sin abrir, acuareladas en los lomos, gracias a un préstamo en dólares que me hizo mi amigo el notario García Leis, porque a mí se me había acabado el dinero. Dios mío, qué tiempos, cuando sobrevolamos las cataratas de Iguazú en un pequeño helicóptero, viendo allá abajo un espectáculo maravilloso. Y luego dicen que no se puede vivir del pasado.

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