tribuna

Un cuento de brujas y fantasmas Obra dramática en cinco actos y diez cuadros

La noche era tétrica, es decir, era apta para jugar al tetris y pasar las horas muertas (lógicamente no podían ser las vivas) con el aparatito de marras o ante un ordenador de pantalla grande mientras caían los bloques multicolores uno sobre el otro indefinidamente. Son hechos que ocurren las noches tétricas… Por demás comentar que todo estaba oscuro, que una niebla de esa que los adictos a Jack el Destripador llaman smog cubría techo, paredes y hasta trozos de pavimento y que hacía frío, mucho frío. Claro que esto último no es indispensable para obtener una buena escena llena de brujería, nigromancia y emigrantes del infierno.

Vayamos a lo que aquí nos incumbe. Es de noche, fundamental, en la escena. Si les colgamos unas cuantas telarañas y hacemos como que vuelan varios murciélagos de cartón (aún no me explico por qué les ha caído a estos mamíferos voladores tan mala fama, colocándoles en todos los cuentos de vampiros, hombres lobo y almas en pena, cuando son los mejores insecticidas que se conocen); ya solamente falta que aparezcan los protagonistas.

Es decir, a) la doncella inocente (¿existe ese extraño elemento? En la tabla periódica no aparece) que vaga perdida (a quien se le ocurre salir una noche como esta cuando no se ven los clásicos tres en un asno) por el bosque donde unos extrañísimos árboles poseen una ramas que se dedican a sujetar e incluso desgarrar las vestiduras de la joven ¿sádicos, violadores o simplemente trozos de madera impulsados por el viento? Nunca lo sabremos. Por lo menos yo no me he enterado.

  1. b) El príncipe bello, rubio y valiente. Otro ser humano que, por lo menos en las últimas listas de éxitos no aparece. Me dice ahora al oído una amiga mía que sí, que aparece en el Hola, Vogue, Cosmopolitan y no sé cuantas revistas más. Está visto que si tengo que escribir con exactitud no me queda otro remedio que suscribirme a una de esas periódicas ensalzadoras de la vida moderna… Bueno, a lo que íbamos, ya tenemos al otro protagonista. Tal vez no sea, en ocasiones un protagonista, protagonista, ya que sale sólo al final para asesinar a la fea y vieja bruja, que se mantiene a duras penas sobre sus dos torcidas piernas.
  2. c) En efecto, la bruja, la mala por antonomasia, aunque ya es bastante corriente que llamen bruja a un actriz de cine que ha hecho películas de mala, a una jugadora  de bádminton o a una escritora, siendo las tres más buenas que el pan, ese recién horneado que cruje al ser mordido por los blancos dientecitos de la bella damisela. Pero se han fijado que siempre el ser maléfico en estas obras es una mujer… No soy machista, pero por algo será.

Y d) Los comparsas. Es decir, labriegos, enanos, madrastras, reyes viejos y cochambrosos y ministros de esos reyes viejos y cochambrosos. Y los murciélagos. No nos olvidemos de ellos, pobrecitos.

Me acaban de comunicar que se suspende la función. Mala suerte, pues no podrán apreciar la belleza de la obra, así como de la de la señorita que hace de princesa y de la fealdad de la que hace de bruja. Si tengo ocasión ya les contaré de qué va, si bien les puedo adelantar, sin destripar el argumento, que termina bien.  En realidad termina con la boda de los dos protagonistas y no sé, en realidad, si eso es bueno o malo.  Si no se han divorciado en dos o tres años es que… bueno, lo que ustedes quieran.

Por favor, me pregunta un señor bajito y con bigote, ¿me podría explicar por qué una obra con cinco actos tiene además diez cuadros? ¿No se alarga excesivamente?

En realidad no. Los cuadros, solo son viejos retratos de la familia de la joven; de los padres, los reyes, del príncipe e, incluso, de la bruja y un grupo de colegas en un aquelarre; así que  no afectan para nada a la duración del drama.

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