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El pirata conquistó media Canarias: El Hierro (y IV)

En poco más de tres años, Jean de Bethencourt, dominó tres islas y el Reino de Castilla le reconoció como señor de las mismas
Le Canarien
Le Canarien
Portada de la primera versión de Le Canarien, la crónica más fiable de la expedición de Bethencourt. Le Canarien

Lo hizo en poco más de tres años, pero sus consecuencias fueron de tal calibre que hoy, seis siglos después, siguen siendo determinantes para Canarias. Llegaron a mediados de 1402 a La Graciosa, y a finales de 1405 tomaron el control real sobre El Hierro.

Entre medias, hicieron lo propio con Lanzarote y Fuerteventura, y guerrearon sin éxito en Gran Canaria y La Palma. Obligados por el Turco, que les cerró la puerta al comercio asiático por el Mediterráneo, las potencias occidentales, en busca de un plan B, redescubrieron Canarias y nunca más se fueron de nuestras islas. Y todo ello por un pirata de noble cuna normanda, Jean (o Juan) IV de Bethencourt.

Ya durante la conquista de Fuerteventura, el todavía socio de Bethencourt, el gentilhombre Gadifer de La Salle, tanteó la posibilidad de ampliar la campaña en Gran Canaria, pero se topó con la fiereza de los aborígenes, que se habían pasado todo el siglo anterior guerreando y negociando con los que arribaban a sus costas.

Como por algo la alegoría de la diosa Fortuna es una rueda o ruleta del azar, un temporal desvió uno de sus barcos hacia La Palma, donde también fueron bien acogidos en un principio y expulsados después por la fuerza.

Tampoco le fue mejor a Bethencourt cuando volvió, meses después, al reino de los benahoaritas. Por mucho que las bajas de los palmeros fueron mucho mayores, las tres barcazas desplegadas por el normando acabaron zarpando hacia El Hierro, conscientes de que hacían falta muchos más hombres y medios para doblegar a los belicosos vecinos de la Isla Bonita. En tierra de los bimbaches le fue mucho mejor a Bethencourt.

Tras varias escaramuzas, los aborígenes herreños aceptaron la oferta de rendirse a cambio del perdón. Craso error: como es habitual, Bethencourt los engañó y los bimbaches fueron esclavizados y vendidos como tales, a excepción de su rey, llamado Augeron, y sus familiares y consejeros más cercanos.

Contrariamente a lo que se pensaba, con El Hierro acabaron las conquistas canarias de Jean de Bethencourt, quien no invadió también La Gomera, isla que pasó al dominio de los castellanos y sus expedicionarios años después por el mero efecto de lo que estaba pasando en el conjunto del Archipiélago.

Pero ello no es desdoro alguno para Jean de Bethencourt. Este normando era noble, militar, navegante, explorador y comerciante, pero fueron sus habilidades y experiencia como pirata, tanto en el sentido estricto de la palabra como en el relacionado con la actividad política, por las que destacó.

Por una parte, supo afrontar las dificultades bélicas que le presentaban los aborígenes, gracias a lo cual supo replegarse a tiempo cuando entendía que sus fuerzas no eran suficientes.

Por otra, no dudó en traicionar a todo aquel que se interpusiera en su afán de ganar fortuna. A La Salle, quien aportó más barcos, más dinero y más tropas para la expedición, lo engañó al entregar Canarias a Enrique IV a cambio de ser reconocido como señor de las Islas. A Guize y Ayoze, caudillos majos de Fuerteventura, los confundió entre augurios de pitonisos y promesas de paz que nunca respetó, al igual que pasó con el bimbache Augeron. También burló Bethencourt a los amotinados de la primera oleada a Lanzarote, con los que regresó a Sevilla, donde nada más poner el pie denunció a las autoridades y fueron encarcelados, y así.

Unos 40 meses después de que, a mediados de 1402, llegase a La Graciosa, el normando era el señor de media Canarias. Sus bolsillos estaban suficientemente llenos como para volver a casa.

Sirva como apostilla un dato más sobre Jean de Bethencourt, personaje clave en nuestra historia. Entre las prebendas recibidas, al normando se le dio la potestad de acuñar moneda en Canarias, pero nunca llegó a ejercer la misma, como tampoco lo hizo su primer relevo: su sobrino, Maciot de Bethencourt.

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